El primer acto de gobierno del presidente Calderón fue declarar la guerra contra el crimen organizado. La respuesta de la comentocracia nacional fue unánime. Tenemos líder. Por fin un presidente con pantalones. Criminales: su tiempo está contado.

Por esos días, la que esto escribe conducía con Katia D’Artigues un programa de televisión llamado Shalalá, muy relajado, muy amigable, con un rating enorme, donde entre sorbos de vino tinto hacíamos preguntas desde la inocencia, es decir, sin prejuicios. Así una media noche le preguntamos al secretario de gobernación, Francisco Ramírez Acuña, algunas preguntitas elementales.

¿Cuántos criminales pertenecen a los cárteles? No sabemos, dijo Ramírez Acuña y dio un sorbo a su copa de Carbenet. ¿Cuál es su capacidad bélica? No sé, respondió y alargó la mano para tomar un canapé. ¿En qué partes del territorio están emplazados? Señoritas, son organizaciones clandestinas, a ver si entienden eso. ¿El Ejército no está infiltrado por el crimen? Ya iremos viendo todo eso.

Fue semanas luego de la declaración de guerra que en el salón de estrategias de Los Pinos se fue viendo “todo eso”. La información que trajeron los secretarios del gabinete de seguridad fue que no tenían información segura de nada, que el Ejército sí estaba en cierta medida cooptado por el crimen y que la Marina sería más apta para la guerra, pero era insuficiente.

—Yo creo que la Providencia pone a la persona acertada en el lugar preciso.

Seis años después, Calderón lo habría de enunciar en el discurso que dio en la Biblioteca del Congreso de Norteamérica. Es decir, la certeza con que se condujo por entonces el presidente Calderón no provenía de la inteligencia militar, sino de las altas regiones metafísicas. La Virgen de la Sagrada Providencia, mariscala de la eterna guerra entre el Mal y el Bien, le hablaba a diario al oído para decirle:

—Tú eres el líder de los buenos. No temas.

Solo así se entiende la firmeza inquebrantable de Calderón ante los resultados imprevistos de su guerra. Al cabo del segundo año de la guerra, 125 capos y más de 6 mil sicarios habían sido muertos o capturados, pero los muertos del lado de los civiles habían escalado geométricamente.

—Son víctimas colaterales –anunció el Comandante en Jefe, Calderón. Y más tarde lo expresó con una metáfora: —Cuando se limpia la casa, el polvo sale por las ventanas.

Al tercer año de la guerra,“el polvo de la casa” adquirió identidad: nacieron las organizaciones de los familiares de las víctimas de la guerra y empezaron a rondar al presidente: a donde iba se le aparecía la turba de madres llorosas, los padres con fotografías de sus hijos alzadas con ambas manos.

Y ese mismo año, el investigador Eduardo Hidalgo sí explicó la misteriosa anomalía de una guerra que mientras más se ganaba más se perdía: con cada capo abatido, un cártel se fragmentaba en pandillas y las pandillas se enfrentaban entre sí, para lograr la hegemonía en su territorio.

Al quinto año de guerra, las cifras de muertos del lado de los buenos y del lado de los malos eran equivalentes a la conflagración en Siria, y la comentocracia —que nunca se equivoca, y si se equivoca solo cambia de opinión— se había vuelto pacifista y discutía las razones de la guerra que ahora llamaba “la guerra de Calderón”.

¿Por qué es está guerra?, ¿para impedir el tráfico de mariguana y amapola a Norteamérica? ¿Y si México despenaliza unilateralmente las drogas? ¿Y si se llama a una amnistía para los criminales no homicidas? ¿Qué tal si aceptamos que ellos, los malos, son parte de nosotros, y que el campo de los que llamamos los buenos está lleno de generales y procuradores que cobran en el narco?

Ah, y una idea radical: ¿qué tal si se llama a esto lo que es, una guerra civil, llamamos a un cese de fuego y firmamos con los cárteles un tratado de paz: transporten cuanta droga quieran hacia el norte, pero quien cometa un crimen de otra índole en México, paga lo que debe?

No lo sé de cierto, lo imagino: la Sagrada Virgen de la Providencia no estuvo de acuerdo y le sopló al oído a su elegido palabras calientes:

—Afeminados, no los escuches –porque resulta que la Virgen de la Providencia en su encarnación azteca es muy macha. —Tú duro con los malos, Felipe. Al fin que los muertos los pone el pueblo, al fin que desde la eternidad el incendio de una guerra es un chispazo y al fin que ya te vas del gobierno y le dejas el infierno a otros.

Esta semana, siete escasos años después, el ejército capturó al capo de Sinaloa, y en cosa de horas la ciudad de Culiacán fue tomada por los sicarios: disparaban por doquier sus armas e incendiaban vehículos. El presidente López Obrador decidió entonces que se soltara al capo, para evitar la masacre de los civiles inocentes de la ciudad.

La comentocracia y la oposición, incluido en ella al ahora expresidente Calderón, están indignados. No hay presidente. Esto es la claudicación del Estado. Un capo pone de rodillas a la 4T. Te faltan tanates, Obrador. Pásame un canapé y mi copa de Cabernet, por favor.

¿Y la Virgen de la Divina Providencia? Me reportan que se encuentra repartiendo su tiempo entre Siria y México, para soplarle al oído a sirios, turcos, kurdos, rusos y mexicanos:

—Tú eres el bueno. Viva la guerra. Cojones, hijos de la Patria.

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