1.

La señora Alberta Zamudio aborda el elevador en el piso 17 —el cubre bocas y la visera puestos— y pulsa el botón del sótano 3. Ahí cruzará el estacionamiento y saldrá por una puerta de latón al jardín.

O eso quiere.

El elevador se abre antes, en el piso 13, y la señora Sara Hamuy, sin cubre bocas ni visera, entra al espacio de paredes de acero inoxidable y pulsa el botón de la planta baja. Ahí saldrá por la entrada principal del edificio a esperar a su chofer e irá de shopping.

O eso quiere.

Antes, la señora Zamudio se sale aprisa del elevador y pulsa el botón que en el pequeño vestíbulo lo detiene ahí en el piso 13.

No quiero ser supersticiosa, no creo en la numerología de los números malditos, pero es así: todo sucedió en el piso 13.

—Yo iba en el elevador –dice la Zamudio—, a usted le toca esperar el siguiente elevador. No podemos ir paradas una junto a otra, estamos en una pandemia, hay que mantener al menos dos metros de distancia.

—Eso piensas tú —le responde airada la Hamuy. —Yo pienso distinto y soy libre de actuar como quiera. Además, hay cinco metros en este elevador. Tú vas en una esquina, yo en la otra, así habrá una sana distancia.

La doctora Zamudio, doctora en Letras y Filosofía, se asombra de que alguien pueda imaginar en el metro cuadrado del elevador, cinco metros de distancia.

—Eres una analfabeta funcional —le dice, sin soltar el botón que detiene abierto y varado al elevador.

—¿Qué quiere decir “funcional”? —se embronca la Hamuy, que es señora de su casa.

—Olvídalo, eres simplemente una analfabeta, y por cierto no funcional. No debemos ir encerradas en un espacio cerrado, respirando el mismo aire. ¿Qué es lo que no entiendes de eso? Además, carajo, no tienes cubre bocas.

—No creo en los cubre bocas —la Hamuy muy muy ofendida.

—Mira a tu derecha, analfabeta —levanta la voz la doctora—, ahí hay un aviso. ¿Lo ves?

Es verdad: en una pared de acero inoxidable está pegada una hoja de papel que dice en letras enormes:

Si el elevador está ocupado, 
le rogamos que mejor espere 
el siguiente, para viajar usted 
solo o con su familia, 
sin peligro.

—Está bien —se rinde la doctora. —Llévate el elevador, analfabeta. Yo espero el siguiente.

—Está bien, idiota imbécil tarada, y además grosera —se alegra la señora Hamuy: de esos pequeños triunfos se trata la vida de una ganadora.

En la planta baja, el chofer le abre la puerta a la señora Hamuy y ella sube al vehículo.

—¿Cómo va tu mamá? –le pregunta al chofer.

La mamá enfermó de COVID19.

—Por desgracia murió el sábado, señora —murmura el chofer y aprieta un botón en el tablero, para encender el motor del vehículo.

2.

Le preguntaron al doctor López Gatell qué hubiera sucedido si desde el inicio de la pandemia hubiera sido obligatorio el cubre bocas y la sana distancia. Respondió con un tuit este viernes:

“Recordemos que las intervenciones del Gobierno para controlar la epidemia de #COVID19 se enfocan en acciones administrativas, no en los individuos. Necesitamos mantener la armonía y actuar por persuasión, no por coerción social.”

En contraste, a la misma pregunta el doctor Fauci, director del equipo sanitario de Norteamérica, respondió:

—Eso hubiera sido una solución colectiva y se hubieran cortado las cadenas de contagio del virus. Pero se dejó el asunto a la decisión individual y eso ha causado la mitad de las muertes por el virus.

Eso, en México, son 45 mil muertos. La mitad de los 90 mil de la cuenta oficial y tristísima de la pandemía en nuestro país.

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