Cualquier mañana entre semana se escucha la voz inundando el gigantesco espacio de La Merced, emergiendo de los aparatos colocados en miles de puestos, mientras los marchantes y los clientes prosiguen su comercio.

Es la voz del Presidente narrando la 4ª Transformación. Qué ha hecho su gobierno, qué hará, quiénes son sus aliados, quiénes sus detractores.

El relato inunda igual otros mercados y peseras, camiones públicos y cientos de miles de hogares: 3 millones de mexicanos lo atienden cada mañana durante alrededor de 2 horas, en un experimento de comunicación inédito en el mundo, con el que este Presidente se ha saltado a los medios comerciales y a sus explicadores, para comunicarse de forma directa con los ciudadanos —y en el trance se ha ahorrado los enormes cochupos con que los presidentes previos los mantenían amistados.

En reacción, y desuncidos de la censura que imponía el cochupo, los medios comerciales han buscado una nueva relevancia usando su nueva libertad para extremar su crítica al presidente, al grado de haberse convertido para hoy en la máquina retórica de la Oposición y su mayor fuerza.

Más todavía, de facto, hoy, y salvo pequeños reductos del diálogo, los medios comerciales se han convertido en la verdadera Oposición al gobierno. El mismo reparto de sus mesas de análisis revela tal decisión: hoy, de cada 4 explicadores en cada mesa, 3 rechazan por sistema y sin matiz al gobierno –y el cuarto explicador es por norma silenciado.

Así hemos llegado en México a este rarísimo mapa.

En la calle, y según las últimas encuestas, 3 de cada 4 electores aprueban al presidente Obrador, mientras en la tele comercial es el mundo al revés: lo desaprueban 3 de cada 4 comentaristas. Es decir, el presidente domina en la calle, mientras en la tele y el Twitter domina la Oposición.

Y mientras el Presidente acumula en sus conferencias matinales el relato de una 4ª Transformación que avanza, en la tele se acumulan las catástrofes del sexenio más trágico de nuestra historia. “El Presidente tiene ocurrencias, no proyecto”, “está loco”, “no es de Izquierda”, “ya dio un golpe de Estado”, “vivimos en una dictadura”, y la última: “militariza al país”.

¿Hay forma de emitir hoy en México algo que no sea catalogado como un golpazo al presidente o a la Oposición? ¿Es posible hoy emitir una crítica focalizada en un solo tema? ¿Es posible dialogar, sin llegar al griterío o a la descalificación de quién piensa distinto?

Difícilmente.

En la FIL de Monterrey, Elena Poniatowska recién emitió una crítica a dos puntos precisos de este gobierno. Dijo que en cultura no se “ha hecho nada de lo que se prometió” y que “el presidente debía escuchar la crítica, él no lo sabe todo”. De inmediato los medios comerciales y Twitter hicieron eco de las declaraciones, pero deformándolas. “Elena, la chaira arrepentida”, “Elena se arrepiente de su voto por Obrador”, “Elena traiciona a la 4T”.

Todo o nada. Adhesión completa o traición a la 4T. Twitter y los medios comerciales (la Oposición de facto) no dejan existir nada menos totalitario y así se han vuelto el impedimento para el diálogo. Eso mientras el presidente tampoco abre los portones de su Palacio para la conversación.

Qué fatiga.

La única respuesta personal posible a esta polarización —reitero: personal— es abrir más espacios para el diálogo bien intencionado —y negarse a la estupidez de la simplificación. Negarse a participar en cualquier discusión pública o privada donde prive la intransigencia. Ser un adulto en medio de los gritos de los niños.

No sobra recordarlo, sin embargo: al cabo de la polarización es la Oposición quién más perderá, y asombra que no lo vea. Las elecciones se ganan con votos —la mayoría de los votos están en la calle— y lo dicho, en la calle la 4T domina 3 a 4.

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