El candidato López Obrador lo tenía claro. Lo que tocaba en México era disminuir la pobreza; separar al poder político del poder económico; y erradicar la corrupción. Tres metas conectadas entre sí y que justificaban de sobra un sexenio entero.
Pero antes, el candidato nos guiñó un ojo.
Para ganar la presidencia y lograr esas metas, tenía que arrasar en las urnas, no fuera que los corruptos le negaran el triunfo, y para eso había que dejar entrar al arca de su partido, Morena, a cuanto animal corrupto, neoliberal, reaccionario o de principios movibles.
Le guiñamos el ojo de regreso la mitad de los electores y arrasó en las urnas.
Entonces, al tercer año de gobierno, el que nos guiñó el ojo fue el presidente de Morena , Mario Delgado. Para afianzarse en la ruta del cambio, había de nuevo que entrecerrar los ojos en las elecciones de medio sexenio y votar por algunos candidatos corruptos, priistas o panistas o dizque verdes. ¿No valía México otro momento de ceguera voluntaria?
Pues no, varios cientos de miles de electores ya no entrecerraron los ojos en esas elecciones. Es el caso de mis vecinos de la alcaldía Cuauhtémoc de la CdMx: la oferta de Morena era absurda: una política que ya había sido alcalde y ya nos había mostrado lo que es el abandono y la corrupción .
En mi alcaldía, como en otras de las alcaldías de las ciudades más grandes del país, Morena perdió porque los electores no quisieron poner bizcos los ojos para votar contra los principios declarados de Morena.
De acá en adelante, Morena tiene una opción. Ser el partido que nos pedirá en cada elección votar más bizcos o se decidirá por enderezarse a sí misma y ofrecernos candidatos por los que podamos votar con los ojos bien abiertos.
La primera intención está personificada por Manuel Espino , que recién nos ha anunciado que quiere ser candidato de Morena para la gubernatura de Durango. La segunda intención está encarnada por Paco Ignacio Taibo, que ha roto las formas pacíficas al interior de Morena para dar un manotazo en su escritorio y levantar un sonoro Ya basta.
Manuel Espino se formó en la organización ultra derechista de El Yunque ; fue presidente del PAN; en sucesivos momentos, le levantó la mano al presidente Fox, al presidente Peña Nieto y al presidente López Obrador.
Llamémosle por su nombre a ese entusiasmo transferible al hombre fuerte en turno. Oportunismo. O llamémosle con el nombre que esa ausencia de proyecto estable para el bien común adquirió en nuestro país a lo largo del siglo 20. Priismo.
¿Qué fue el PRI sino el vacío de ideología convertida en institución?
El PRI fue, a partir de la presidencia de Miguel Alemán, una bolsa de trabajo para ambiciosos de poder público, ambiciosos que entregaban su obediencia ciega al líder en turno –y hasta su sentido de la moda y su acento al hablar— a cambio de la oportunidad de ascender en los escalafones de la burocracia del Estado, donde era lícito y común disfrutar de la oportunidad de corromperse.
A transformarse en el nuevo PRI del siglo 21 apunta la Morena que hoy quiere seguir dejando entrar a sus filas a cuanta fauna desee entrar, con tal que demuestre una subordinación —a menudo abyecta— al presidente López Obrador.
La Morena por la que aboga Taibo sería en contraste un partido inédito en nuestra experiencia mexicana . Un partido donde las bases son educadas en la ideología de Izquierda –ese vasto territorio de experiencia y pensamiento socialista. Donde los candidatos son electos por las bases, no por la cúpula del partido. Y donde un historial de honradez es un requisito para ser candidato del partido a un puesto público.
La moneda está pues en el aire y los electores estamos atentos a sus giros…
Espino o Taibo. El oportunismo o la ideología de Izquierda. Otra vez el PRI o una mejor oportunidad para México.