Elon Musk entró al edificio de las oficinas de Twitter cargando un lavabo blanco, vestido en vaqueros y camiseta negros, y con una sonrisa de ganador.
Una imagen que de inmediato se propagó por el planeta a través del mismo Twitter —que Musk renombró X— y que había comprado por la friolera de 44 billones de dólares. Dinero suyo y de accionistas, entre ellos dos oligarcas rusos vetados en Occidente por ser prestanombres de Putin, el dictador ruso.
Nada empañaba la hazaña que se proponía Musk: lavar la plataforma empantanada por mentiras y violencia verbal, para volverla un espacio útil para la conversación mundial, libre y sin fronteras.
La hazaña lo volvería sin duda el héroe de los pueblos.
Lo que empantanaba la conversación en X era sabido por todos. Los bots (las cuentas mercenarias) y los trolls (las cuentas divulgadoras de bulos y violencias verbales).
Y Musk contaba con las curas para los dos males.
Eliminar todos los bots —e implementar un sistema para que los mismos usuarios de X identificaran y eliminaran a los trolls, un sistema semejante al protocolo de autovigilancia de los usuarios de Wikipedia, que ha funcionado ejemplarmente.
Lo prometió Musk: eliminaría bots y trolls, nos entregaría un X limpio.
Resulta sin embargo que ya sentado al escritorio de la oficina más alta de X y observando de cerca el diagnóstico en la pantalla de su computadora, Musk tuvo segundos pensamientos.
Los bots eran la mitad de las cuentas. Los trolls eran también la mitad de la cuentas. Dos mitades que se intersectaban. Eliminar esas millones de cuentas por supuesto limpiaría la conversación en X, pero reduciría momentáneamente las métricas de participación de usuarios, lo que disminuiría los ingresos por publicidad y el valor percibido de la plataforma.
Musk se conflictuó.
Su religión es el dinero. Su marcador del Bien y el Mal es la ganancia y la pérdida. Y Musk no soportó la incertidumbre: así el marcador fuera a la baja solo momentáneamente, por unos meses o un año, nada le garantizaba que X después se repondría.
¿El Bien Común, acompañado de peligros para él, o la Ganancia Personal segura? : ese fue el dilema que le alargó las noches de insomnio a Musk.
Y al final eligió la ganancia personal segura. No eliminó ni a los trolls ni a los bots. Antes del primer combate, el general eligió darse la vuelta en el caballo y regresar a paso lento y silencioso a sus cuarteles.
Y entonces inició lo que es el tercer acto de X.
En su regreso a los cuarteles, Musk se ha ido convirtiendo en lo que prometió combatir. Se ha vuelto un vándalo de la comunicación. De cierto, dado el número de seguidores de Musk en X, 195 millones de seguidores, la mayor cuenta existente, se ha vuelto el mayor vándalo de la comunicación en la Historia de la especie.
Hace dos semanas Musk entrevistó a Donald Trump y le dejó pasar bulos gravísimos. Por ejemplo: que ganó una elección que no ganó. Esta semana, Musk difundió un video falso de Kamala Harris, luego la acusó en un post de ser comunista (vaya hipérbole mentirosa) y publicó una foto falsa de la candidata vestida de rojo y con una cachucha con el emblema comunista de la hoz y el martillo.
Y también esta semana, Musk amenazó a un juez brasileño de divulgar en X su supuesto historial de sentencias corruptas. En esa extorsión mediática, Musk quiere ganar prebendas para sus negocios personales en Sudamérica.
Bye, bye, héroe de la libertad de expresión: bienvenido Musk el bully.
¿Dónde estará ese lavabo blanco con que Musk entró a las oficinas de Tuiter hace dos años?
Nunca lo conectó a la tubería de agua y nunca lo usó ni para lavarse los dientes. Debe yacer en la esquina de un closet oscuro.
Y la moraleja es la que sigue.
Para prosperar y conservarse limpios, los Bienes Comunes necesitan de gobiernos de otra índole que los Bienes Privados. Por ejemplo, necesitan convertirse en cooperativas. Porque la lógica de la Ganancia sobre el beneficio de Todos, simplemente los mata