Hoy domingo los votantes saldrán a votar en seis estados. Las encuestas vaticinan que Morena ganará en cuatro, acaso en cinco. Lo que representaría el finiquito del PRI.

“El PRI el nació desde el poder, nació para defender al Estado de la revolución en el poder, y el aglutinante del PRI ha sido el poder." La frase es de Dulce María Sauri, quien fuera presidente del PRI.

Sin nada qué gobernar, es posible que el PRI desaparezca pronto.

El fracaso electoral, también implicaría la miniaturización del PAN y la emigración del PRD al mundo subatómico.

Solo el PAN, fundado originalmente para imponer una moral al país, primero una moral católica y luego una moral empresarial, tiene futuro, si regresa a sus causas y desde ahí se refunda.

Y en total, la derrota para la coalición de partidos de Derecha, implicaría la urgencia de que reconsideren su estrategia. Rechazar cuánto hace el gobierno de Izquierda, rechazar lo grande y lo pequeño, rechazar lo bueno y lo malo, rechazarlo desde los espacios mediáticos que controla —casi todos—, hacer sonar su rechazo día y noche, no le ha brindado frutos en las urnas y en cambio sí ha vaciado su crítica de atractivo. Una monótona y cada mes más estridente queja.

Dicho en breve, les ha faltado hilvanar un relato de futuro que entusiasme a los electores.

—Esto proponemos nosotros —es lo que nadie en el ala opuesta al gobierno ha dicho durante cuatro años.

Para Morena , conquistar los gobiernos de otros cuatro o cinco estados lo volvería el partido hegemónico. Pero podría ser un triunfo pírrico –un triunfo de poder y una derrota moral. A la larga, podría incluso representar el fracaso definitivo de su pretensión de moralizar al país. De convertirlo en un territorio donde no se roba, no se miente y no se traiciona.

Ganar el país perdiendo la moral: esa sería la triste paradoja con que pasaría a los libros de texto gratuito del año 2045.

La amenaza de esa desventura ha vivido desde el día 1 del gobierno del presidente López Obrador, alojada en el mismo corazón del Presidente.

Contra toda la palabrería banal que la Derecha ha vertido durante años, el presidente se sabe un político, no un mesías. Su credo manifiesto es que de nada sirve la moral sin el poder para volverla un ejercicio real.

Pragmático, para ascender a la presidencia permitió subir al tren de sus ambiciones, a Morena, a cuanto pillo quiso subirse. Y santos, pillos e indecisos se subieron y ahí conviven, incómodamente.

Primero el triunfo político, luego la moralización, ha sido el programa del Presidente.

Y los cuatro o cinco estados que Morena ganará hoy, los ganará a la sombra de esa paradoja. Al menos en la mitad de los estados el triunfo llevará a viejos priistas y sus séquitos corruptos al gobierno local.

¿Podrá el Presidente sujetarles las ambiciosas manos desde el centro del país? ¿Querrá hacerlo?

¿Es mejor tener a los pillos dentro de Morena que fuera?

¿Y qué significa tenerlos dentro? ¿Contaminar a todo el partido? ¿Disolver el proyecto moral de Morena? ¿Posponerlo? ¿Olvidarlo?

¿Convertirlo en slogans que ya solo guardan la memoria de lo que podría hacerse en un futuro indefinido?

¿Poder o moral? La pregunta para Morena y para el presidente López Obrador es cómo volver esta pregunta en una afirmación. Poder y moral.

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