Lo escribí en una columna anterior. Cuando cuestionamos al Poder en México, cuestionamos solo a un Poder. El del presidente en turno. Y dejamos sin revisar a los otros grandes Poderes actuantes.
El Poder Económico, cuyo 1% más rico concentra el 40% de la riqueza nacional. El Poder de la Prensa Comercial, hasta hoy el generador ideológico de mayor potencia.
El Poder del Ejército, una caja negra a la que nadie ajeno puede asomarse. El Poder del Crimen Organizado, que gobierna una tercera parte del territorio.
El Poder de Norteamérica en México, que incluye el flujo de la tecnología que cambia nuestras vidas al tiempo de que ejerce inversiones y presiones diversas.
¿Cómo es posible narrar lo que acontece en México sin ver tanto?
No se trata desde luego de una ceguera voluntaria, ¿qué ceguera lo es?, sino de una ceguera inducida por una fábula antigua, que quiso imaginarse a México gobernado por un solo hombre Todopoderoso y Omnisciente.
Un monarca absoluto y sexenal, que hereda su corona por vía transversal –para parafrasear a Daniel Cosío Villegas.
Pero si la elegante fórmula era ya inexacta y más bien irónica en 1972, cuando don Daniel la acuñó, hoy en el año 2023 se ha vuelto el parche que nos impide ver al país. Desde aquellos años hasta hoy, al menos dos grandes transformaciones han redistribuido el Poder en México.
En 1988 el entonces presidente Salinas de Gortari empezó a subastar los grandes monopolios estatales y porciones de las áreas estratégicas de la economía. Ahí arranca el proceso neoliberal, que durante 30 años siguió transfiriendo grandes bienes del Estado al Poder Económico.
La segunda transformación es la de la Democracia. En el año 2000, México entra a la Democracia y los poderes Judicial y Legislativo, así como la Oposición, adquieren plena autonomía y en lo sucesivo se convierten en verdaderos contrapesos de los deseos del presidente en turno.
Además, desuncida del control presidencial, el poder de la Prensa Comercial crece exponencialmente. Inicia una auténtica crítica al Poder Presidencial, que la convierte en el mayor generador ideológico del país; y también inicia una relación comercial entre los dueños de los medios de producción de la prensa y el presidente en turno.
¿Palo o flores? Los periodistas y los editorialistas son libres de decidir qué merece el Poder Político, hasta que el dueño de su medio les anuncia que ha cerrado con el presidente un convenio económico o de intercambio de favores. Ahí topa la libertad de los periodistas.
Al mismo tiempo, por razones ajenas a la Democracia, debido al aumento desmedido del narcotráfico, el Crimen Organizado se convierte en un segundo ejército –desorganizado, enfrentado entre sí, pero con un poder balístico equivalente al Ejército Nacional.
Y en consecuencia la dependencia del Estado del Ejército crece solo a niveles comparables a la de los primeros años de la era post-revolucionaria.
¿Cómo podemos hoy tratar de entender a México con la mirada fija solo en el presidente?
Darnos una idea de la corrupción, ese sistema oculto que tuerce al visible, es imposible sin considerar la corrupción que anida en el Poder Judicial, el poder al que le tocaría de forma principal enjuiciarla.
Debatir sobre la expansión de las funciones del Ejército, señalándola como un capricho presidencial y sin considerar el crecimiento del Crimen Organizado y las presiones de Norteamérica, es una tontería.
Como también es una tontería dejar de ver la coalición actual entre la Oposición, la Prensa Comercial, buena parte del Poder Económico y el Poder Judicial. Una coalición con la mira puesta en ganar las próximas elecciones presidenciales.
Lo dicho, la fábula del monarca absoluto no solo es inservible hoy: se ha vuelto el ardid tras el que se ocultan los otros poderes actuantes. Es tiempo de revisarlos y cuestionarlos.