El 1er. problema de México es que un solo hombre concentra más dinero que 65 millones de mexicanos.
Carlos Slim.
El 2ndo. problema de México es el número de familias que concentran más dinero que 212 millones de mexicanos.
356 familias.
El 3er. problema es que los mecanismos de esta concentración extrema están estructurados en leyes y reglas, que operan a diario y a diario reproducen la concentración.
Estos son en una breve nuez los mecanismos.
Nuestra aristocracia económica cobra por los servicios y bienes que produce precios más altos que los que cobraría por ellos en el Primer Mundo; paga salarios más bajos que en China; y paga impuestos bajísimos.
El 4to. problema del país es una clase media explotada, mal pagada, y con una conciencia de clase equivocada.
Una clase media que ha comprado la historia de que existe una escalera entre ella y la oligarquía, por la que alguien puede ascender si se esfuerza lo suficiente y si es fiel a los de arriba.
Existe la escalera, pero es estrechísima –y por ella ascienden contadísimos. Al revisar los apellidos de las 100 personas más ricas de México, en los últimos 30 años apenas hay alrededor de una docena de apellidos nuevos.
Si uno considera además que dentro de la clase media mexicana reside nuestra elite intelectual, el problema de una identidad de clase equivocada se convierte en la de una narrativa equivocada que se difunde al total de la sociedad.
Tenemos una élite intelectual mayormente neoliberal no porque el neoliberalismo haya beneficiado en realidad a los intelectuales, sino porque los intelectuales quieren creer que ellos mismos son cercanos a la oligarquía.
No lo son. Los dilemas económicos de un clasemediero mexicano, intelectual o no, se parecen más a los de un pobre que a los de Carlos Slim. Y ni Carlos Slim ni los otros magnates nacionales necesitan de su apoyo político, porque negocian directo con los Poderes en turno, sin necesidad de la mediación de intelectuales.
El 5to. problema es una clase política que no ve los problemas antes dichos.
Cierto, este sexenio algo grande ha cambiado. La retórica del poder ha regresado a nombrar al pueblo como el que debe ser el beneficiario del sistema; ha interrumpido la subasta de los Bienes Comunes; ha elevado el salario mínimo en 3 ocasiones, beneficiando a 14 millones de mexicanos, que viven del salario mínimo, el dato es del INEGI; y ha forzado a la oligarquía a pagar impuestos, porque los poquísimos que la ley les impone no los pagaban.
Pero si este sexenio ha hecho girar el rumbo de la nave, falta avanzar mucho en el rumbo nuevo, sin mirar atrás –y no escuchamos de ningún político, de Izquierda o Derecha, enunciar que el destino es una mayor democracia económica.
Me explico más despacio.
Pregúntele usted a un político mexicano de hoy cómo solucionar la desigualdad y doble contra sencillo que le responderá refiriéndose a los pobres –y propondrá medidas correctivas para “ayudar” a los pobres, ignorando los mecanismos que reproducen a diario la desigualdad.
Lo sé porque de forma rutinaria se lo vengo preguntando a los aspirantes a dirigir al país el próximo sexenio y escucho siempre, con asombro, esas respuestas que miran hacia abajo y no hacia arriba, como si nuestra oligarquía fuese intocable.
Plantean más pensiones para los pobres y mayores servicios públicos gratuitos, que desde luego son bienvenidos, aliviarán la precariedad de los más necesitados, pero que no les darán una solución.
Y eso porque no tocan el corazón de los problemas antes mencionados. A decir, los mecanismos de la distribución abusiva del dinero en México.
Lo que necesitamos, me parece a mí, es una reforma económica de gran calado, que desarticule sin miedo los mecanismos que reproducen a diario la distribución abusiva del dinero. No solo correctivos que alivien sus efectos.
De otra forma, en México la democracia electoral nunca avanzará a convertirse en una democracia económica.