Nadie se dice de Derecha. Oh no. Ese es un adjetivo que suena muy mal. Incluso Claudio X. González, líder de la Oposición al gobierno de Izquierda, se ha declarado de Izquierda.
—Creo que soy…. Bueno, sí, soy de Izquierda –le dijo a Loret de Mola, que asintió –y por poco agrega: y también yo lo soy.
Pero sincerémonos: en México hoy la gran mayoría de quienes expresan su opinión de forma pública son de Derecha. Derecha no estilo Bolsonaro, autoritaria y transfóbica. Derecha no estilo Trump : racista y sexista. No: Derecha estilo Blair, Obama, Biden –o Ernesto Zedillo. Derecha Buena Onda: la que defiende los derechos de las minorías a la par que los intereses de los oligarcas.
La historia reciente de la Izquierda explica ese aparente enredo.
Ahí por los años ochentas del siglo pasado, Margaret Thatcher y Ronald Reagan inauguraron sendos gobiernos regidos por ideas neoliberales. La idea principal: el gobierno no es solución de nada, es en sí un problema. Otra idea crucial: la actividad económica en manos privadas y sin regulaciones del Estado, la haría florecer: la economía entera se enriquecería y a las clases trabajadoras llovería la riqueza.
Sonaba plausible. Sonaba atractivo. Sonaba revolucionario. Tanto que la Izquierda mundial abrazó al experimento neoliberal –y buscando una misión propia que la definiera, centró su atención en las luchas de identidad. Apoyaría al feminismo, a la Comunidad de la Diversidad, a los grupos raciales oprimidos. Ahí marcó su estrecho territorio esa Izquierda Neoliberal, y que podemos llamar también Angosta o Buena Ondista.
Resultó por desgracia que las promesas del neoliberalismo no cuajaron. A los seis años de sus primeros gobiernos, era claro que las economías florecían, pero las ganancias de esa bonanza solo llovían hacia arriba, hacia los dueños de las grandes empresas privadas. A los 18 años era flagrante: las economías seguían expandiéndose, mientras los salarios se habían congelado –y eso al tiempo de que los servicios públicos –la salud y la educación y los sectores energéticos de cada país—se habían privatizado.
Igual de pobres los pobres, las clases medias igual de medias, pero decepcionadas, y una elite rica enriquecida de forma fabulosa. En eso devino en realidad el neoliberalismo.
En ese tránsito, muchos pensadores fueron regresando a la Izquierda Amplia: la que percibe a la sociedad dividida en clases: dividida entre los dueños de las grandes empresas y todos los demás, que podemos llamar con un nombre antiguo, el pueblo.
Pero una parte de intelectuales, acaso la parte mayor, no realizó la crítica del neoliberalismo y se quedó absorta en la Izquierda Angosta. Son de verdad buena onda con las minorías sexuales y raciales, al mismo tiempo que rechazan el proyecto de la Izquierda Amplia: regresar al Estado los sectores cruciales de la economía y descongelar los salarios.
Tan parecidos son a los intelectuales de la Derecha Buena Onda que a menudo son los mismos.
Viva Iberdrola –y soy de Izquierda porque digo las niñas y los niños –porque uso lenguaje inclusivo. Muera la Reforma Eléctrica –y soy de Izquierda porque soy gay, vegetariano y ando en bici.
En este enredo, no ayuda que el presidente López Obrador sea indiferente a las causas Buena Ondistas. Las deja seguir su curso sin abrazarlas como tareas políticas, si no es que las considera distractores. Tampoco ayuda que el gobierno de Izquierda esté lejos de ser perfecto: entre otras taras, alberga a la corrupción y el oportunismo político, como lo hicieron los gobiernos neoliberales.
Pero para las personas de Izquierda en general, no tendría que ser una opción ser de Izquierda Buena Ondista o de Izquierda Amplia. La Izquierda Angosta podría estar muy cómoda en la Izquierda Amplia. La democracia cultural y la democracia económica nunca han estado reñidas. Al contrario, cuando se asumen una a la otra, son complementarias y se potencian.