Había una vez un país remoto, a cuya población entró un virus , que se transmitía de persona a persona, a través de gotitas de saliva. No se sabía mucho más del virus y menos se sabía de cómo aniquilarlo.

Así que en aquel país se tomaron de inmediato medidas drásticas para evitar que el virus se propagara, enfermara a las personas y matara a las más débiles.

El Presidente decretó que nadie debía salir de su casa. Y nadie salió de su casa. Excepto aquellos que tenían que salir y aquellos que no creían en la existencia del virus y aquellos que vivían con la certeza de que eran inmortales.

Más o menos la mitad de la población.

Disgustados, los políticos de la Oposición tomaron entonces esta determinación extrema: para remediar la ineficacia del Presidente, llamaron a unirse para vencer juntos al virus.

No, perdón, me equivoqué. Aprovecharon para señalar cualquier equivocación, grande o pequeña, del Presidente y llamaron a vencerlo, o al menos a debilitarlo.

En cambio los opinólogos del país, la gente más sabia y premeditada de la población, decidieron remediar esa esquizofrenia. Llamaron a que cada familia con recursos adoptara a una familia sin recursos, para que no saliera de casa, y el confinamiento por fin tuviera éxito.

No, perdón, de nuevo mi mente optimista alucina: los opinólogos unieron sus sesudas voces al bla bla bla que debatía los errores del Presidente o los de la Oposición.

¿Por qué la conversación pública no versó sobre la realidad: el puto virus, y no presentó un plan para combatirlo?

Porque se hubieran requerido otros conversadores. Científicos, médicos y agricultores: esas personas que con humildad atienden lo real y con generosidad saben coincidir con los Otros en lo verdadero.

60 mil muertos después, en ese país remoto (re moto), la conversación pública se agita con la discusión sobre los tapabocas. Deben o no ser obligatorios.

En tanto, una minoría silenciosa, lee en la ineficacia de ese ruidoso bla bla bla el símbolo del final de una era, la era del Humanismo. Una era sin otro horizonte que lo humano. Lo humano cercado por una gruesa muralla de bla bla bla, que lo separa de lo natural.

Esos han abierto las ventanas de su casa y miran esa cosa inmensa y que no habla: la realidad natural. Esos respiran profundo y exhalan largo: han descubierto que respirar es lo imprescindible: lo que los une con la vida y los hermana con los otros seres vivos.

Ahí está la salud. Ahí está el bienestar. Ahí estará, ahora que colapsan las economías, la abundancia.

Ahí, en la fisiología del planeta, no en las filosofías –esa cháchara bárbara y prescindible que nos legó el Humanismo: ese bla bla bla.

La fisiología del planeta: ese territorio extenso, sólido, fértil e ignoto.

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