Hay que defender la libertad de expresión, sostiene el desplegado firmado por 650 intelectuales. Me adhiero sin reservas. Y hay que expurgar el odio y la difamación de la conversación pública. Otra vez mi más rendida adhesión. ¿Quién puede declararse en contra de ello, al menos sobrio y en público?

Pero descendiendo de esas dos virtudes abstractas a nuestra vida concreta, mi adhesión titubea. Me pregunto primero que nada, ¿a qué libertad de expresión se refieren los redactores del desplegado cuando dan por hecho que ha existido, sana y clara, y ahora recién está amenazada?

¿A la que reinaba hasta antes del ascenso al Poder de López Obrador? ¿La libertad de expresión del peñismo o el calderonismo? ¿Esa libertad abstracta que desaparecía en el instante mismo en que un periodista o un intelectual se refería a un acto de corrupción concreto del presidente Peña o a una de las masacres concretas y horrendas de la desquiciada guerra de Calderón?

Ahí en la redacciones de las revistas y los periódicos y en los cuartos de edición de las televisoras y la radio, había un censor cuidando que ni un trozo de esas verdades concretas se publicaran y pusieran en riesgo los millones de pesos que los medios recibían en forma de pagos para la publicidad de las instituciones del Estado. Y si un trozo se escapaba, habían despidos brutalmente humillantes, sobre todo para los directores de medios, que se enfrentaban a la realidad: vivían en un régimen con una libertad de expresión que acababa donde el Presidente en turno decidiera.

La verdad es que el Presidente López Obrador, cuando decidió cerrar el grifo del dinero público a los medios, renunció a censurarlos. Y si el desplegado firmado por 650 intelectuales hubiera sido estricto en su compromiso con la verdad, debería haber reconocido que aquella supuesta “libertad de expresión” del pasado era una libertad castrada y que ahora opera sin sujeciones.

En cuanto a la aseveración de que la fuente del odio, la división y la difamación que hoy empantana el espacio público viene de un solo par de labios, a decir: los del Presidente, la encuentro igual de injusta.

Creo recordar que uno de los abajo firmantes del desplegado ideó una fábrica de mentiras, para golpear al entonces candidato López Obrador. Creo no mentirme cuando recuerdo ataques furibundos y basados en medias verdades del periódico Reforma al Canal Once, porque osó modificar el 4% de su programación, inaugurando tres programas con intelectuales de Izquierda. Creo recordar bien columnas de periódico en que se llamó al Presidente loco, enfermo, ignorante, sicópata o dictador. Apenas la semana pasada, tuve la sorpresa de leer a un intelectual neoliberal referirse a uno de los escritores más leídos y amados del idioma español como un autor “de medio pelo”, porque el escritor dijo algo impropio sobre un amigo del intelectual neoliberal.

¿Me gusta que el Presidente se pelee con los intelectuales neoliberales desde el podio de las mañaneras? ¿Me gusta que a la Función Pública se le venga a ocurrir sancionar a la revista Nexos, en medio de este pantano de agresiones lodosas? ¿Me gusta que el Director del Fondo de Cultura Económica, mi amigo y admirado Paco Ignacio Taibo, pierda los estribos e invite a otros escritores a irse del país?

No. Lo encuentro impropio. Me parece un arrepentimiento tardío y nada admirable de la 4T de su propósito de acabar con la censura. Y sobre todo me parecen medidas ineficaces: si el Presidente y sus funcionarios desean enfrentar a los críticos debieran hacerlo con la fuerza que les da gobernar: mostrar evidencias, solamente, como lo han hecho antes, no denigrar su autoridad en insultos y amagos que solo añaden lodo al lodazal de nuestra conversación pública.

Y lo que no haré yo, es no ver los yerros de mis amigos y ver los yerros de los que no piensan como yo, agigantados. Quiero sugerir que 600 de los 650 abajo firmantes incurrieron en ese error: taparse un ojo para no ver las culpas del patriarca neoliberal de la Cultura y ponerse una lupa en el otro ojo para ver las del Presidente como inmensas. Y en el trance mandar al carajo la Verdad y la Justicia.

Empieza el desplegado afirmando que “la libertad de expresión está asediada” en México. Ciertísimo, pero no por el Presidente. La nueva libertad de expresión de la que ahora recién gozamos está asediada por la inexperiencia en su uso: por su demasiada común caída en la mentira, en el insulto y en la facilidad del maniqueísmo, que divide a la compleja realidad en bandos de santos y demonios.

He acá una idea radical. Si queremos una libertad de expresión no asediada por la mentira y el odio, al contrario: virtuosa en la búsqueda de la Verdad y la Justicia y animada por la simpatía por el Bien Común, practiquémosla.

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