El 30 de septiembre que viene, se reestrena la ópera Cuitlahuatzin, en el Palacio de las Bellas Artes, con música de uno de los grandes músicos que ha dado México, Samuel Zyman, libreto de Samuel Maynez Champion y la participación en escena de más de cien artistas.

Me importa llamar la atención a ello de la amable lectora, del lector, para que no deje de comprar sus boletos y asistir. Pocos son los eventos donde una identidad nacional da un paso al frente para mostrarse con una nueva forma: esta ópera es de esos momentos.

—Qué idea inusual para nuestros tiempos, una ópera en náhuatl –le digo a Samuel Zyman en la sala de un departamento de la ciudada de Nueva York, donde nos reunimos.

—Hay tanto detrás de la historia de cómo se levantó este espectáculo… —me responde Samuel.

En vaqueros y tenis, camisa de algodón a cuadros, el pelo blanco revuelto como una melodía sobresaltada y feliz.

—Cuenta –le pido. —¿Cómo nació la idea?

Samuel: Bueno, esto se origina con Clara Brugada, por un lado, y por otro lado con mi tocayo, el autor del libreto, Samuel Maynez Champion. No sé si lo conoces. Samuel es un tipazo muy creativo. Su formación fue de violinista, graduado de la Universidad de Yale, y lleva décadas como maestro de violín en el Conservatorio Nacional. También hace investigación musicológica y además es escritor, amén de que tiene un doctorado en estudios prehispánicos. Además, habla el náhuatl. Su maestro fue Patrick Johanson, que se considera ahora el experto mundial en náhuatl --un francés de origen sueco, por cierto. ¿Me estoy yendo por las ramas?

Sabina: Pues bajemos de rama en rama. Te preguntaba dónde nace la idea de una ópera en náhuatl.

Samuel: Bueno, Samuel Maynez adaptó la ópera “Moctezuma” de Vivaldi, y la tradujo al náhuatl. Cuando estaba tratando de escenificarla, se la propuso a Clara Brugada, Alcaldesa de Iztapalapa. Y con el patrocinio de Clara la montaron en el Zócalo de la Ciudad de México, ante 25 mil personas, y luego en la Macro Plaza de Iztapalapa, ante aún más personas. Y resulta que se avecinaba el aniversario 500 de la Noche Victoriosa, la noche del triunfo de Cuitláhuac, señor de Iztapalapa, sobre los invasores españoles, y a Clara y a Samuel se les ocurrió celebrarlo con una ópera. Fue entonces que Samuel Maynez me invitó a mí a hacer música.

Sabina: Si la ópera hubiera sido en español, y no en náhuatl, no hubiera funcionado.

Samuel: Imagínate poner el idioma de los conquistadores en labios de los que fueron conquistados.

Sabina: Pero además, y es misterioso cómo ocurre, el náhuatl le da al espectador la distancia precisa para que la aventura estética le funcione. ¿Trataste de “nahuatlizar” tu música, trataste de que sonara de aquella época?

Samuel: Yo le dije a mi tocayo Samuel “yo voy a escribir lo que yo quiera, en mi estilo”. Nadie sabe cómo sonaba la música de los mexicas. Además no tiene sentido intentar adivinarlo. ¿Por qué tratar de reproducir al dedillo en el siglo XXI algo que sucedió en el siglo XVI?

Sabina: Sí, no tiene sentido. Pero esa era la gran pregunta la noche en que tu ópera se estrenó en Bellas Artes, hace dos meses. Antes de la función, en las butacas, todo el público estaba tenso, preguntándose cómo iban a abordar ustedes la vida en Iztapalapa de hace siglos. La identidad mexicana estaba en juego. Todos nos preguntábamos ¿a qué va a sonar esto?

Samuel: Sí, sí, en serio, sí. Esa fue desde el principio la gran pregunta, ¿cómo representar nuestro pasado en el presente?

Sabina: Escuché frases especulándolo. “Será música incidental”. “Sonará a Revueltas o Moncayo.” “Será música diatonal o dodecafónica. “ “My god, esto va a ser un experimento de dos horas y medio, qué miedo. No vayan a sonar a Walt Disney”.

Samuel se ríe oyendo las especulaciones.

Sabina: Y resultó que era música de vanguardia, muy accesible como es tu música, muy rítmica y muy emotiva, con instrumentos contemporáneos, pero con acentos de instrumentos prehispánicos.

Samuel: Música sinfónica, con líneas melódicas perfectamente normales y reconocibles, desde que empieza (tararea el primer compás de la ópera) hasta que concluye (tararea el compás final). Con una segunda orquesta de instrumentos prehispánicos.

Sabina: Y espléndidos los cantantes y bailarines, amén del coro y las pantallas de video con animación de Inteligencia Artificial.

Samuel: Sí, un espectáculo épico, como su trama.

Sabina: Debiste sentir desde atrás de bambalinas como el público entero se subía a la propuesta del espectáculo y explotaba en aplausos al terminar algunas escenas. El aplauso final fue de pie, con bravos y chiflidos de entusiasmo, duró 10 minutos. Sabíamos que habíamos presenciado algo muy especial.

Samuel: Tremendo, estuvo tremendo. Era pura emoción… Y bueno, el 30 de septiembre volverá la oportunidad de ver y escuchar Cuitlahuitzin, en el Palacio de las Bellas Artes. Yo pienso que se debería incluir también en el repertorio de las óperas de Bellas Artes, a un lado de la Boheme.

Sabina: Sería justo y necesario, sin duda. Por lo pronto te deseo que los boletos para el reestreno se agoten dos semanas antes.

Samuel vuelve a reirse, encantado.

¿Quiere el lector, la lectora, asomarse a Cuitlahuatzin? Acá el vínculo:

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