Allá por el lejano siglo XVII, el Capitalismo emergió como la narrativa que transformaría al mundo feudal , y evolucionaría cristalizando en cuatro promesas. Igualdad, Fraternidad y Libertad —las primeras tres cristalizadas durante la Revolución Francesa—, y Democracia —la cuarta cristalizada durante la Revolución Norteamericana.
La Izquierda apareció un siglo más tarde, como una narrativa correctora del Capitalismo. Las promesas que el Capitalismo no cumplía, que dejaba flotando en la esfera puramente verbal, la Izquierda pretendió cumplirlas. Pretendió, ella sí, crear un mundo de Igualdad, Fraternidad y Libertad. En cuanto a la promesa de Democracia, la narrativa de Izquierda se bifurcó.
A principios del siglo XX, la Revolución Rusa construyó sobre las ruinas de una monarquía absoluta, una dictadura. Pero a lo largo del siglo XX, otra Izquierda emergió: la Izquierda que regresaba a la vocación original de ser un “correctivo” del Capitalismo. La Izquierda que aprovecharía lo construido por el Capitalismo y lo reformaría, sin destruirlo, para incluir en sus beneficios a los más pobres. Esta es la opción que hoy llamamos Social Democracia o Izquierda democrática.
Hénos acá en la tercera década del siglo XXI, aún narrándonos las tres posibilidades. El Capitalismo salvaje. Una Izquierda dictatorial. Y una Izquierda correctiva. Aterrizado al mundo americano y actual: Trump , Chávez o Lula.
En la entrevista que recién le realicé a Lula da Silva , hoy candidato a ocupar la presidencia de Brasil durante un tercer periodo, le pregunté en qué cifraba su ideología de Izquierda. Me respondió con sencillez:
—En incluir a los pobres en el presupuesto.
Agregó:
—Y es que a la hora que se hace el presupuesto de un país, todos quieren su parte: los militares, las universidades, los empresarios, todos. Yo incluí a los pobres en el reparto y eso fue la gran diferencia, lo que ahora se llama “el gran milagro” de mi gobierno.
Cuando le pedí que detallara ese gasto en los pobres, Lula enlistó: el programa Cero Hambre, que aseguró que “cada pobre pudiera desayunar, comer y cenar, cada día”; el programa Mi Casa, Mi Vida, que les ofreció casas baratísimas; y el aumento de 70% del salario mínimo.
Y cuando le pedí que se posicionara en relación a la Izquierda dictatorial, luego de resistir mi insistencia unos minutos, lo hizo. Llamó a las Izquierdas dictatoriales de Latinoamérica a “no abandonar la Democracia”. No abandonar la Democracia, había sido la clave que permitió a Brasil sacar de la pobreza a 28 millones de personas al mismo tiempo que los “empresarios ganaron más dinero que nunca” y Brasil pasó de ser la economía número 13 del mundo a ser la número 6.
Es decir, la doctrina de Lula es que un país puede —y debe— crecer económicamente al tiempo que reparte la riqueza y aumenta su democracia.
Las declaraciones de Lula fueron reproducidas en Nicaragua , Venezuela , Argentina y Brasil, donde la distinción de las dos narrativas de Izquierda tiene implicaciones políticas reales. En México por supuesto la tiene también, pero la polarización de nuestra conversación pública impide esta discusión. Desde hace 18 años la Derecha machaca la versión de que AMLO pretende la dictadura y durante el mismo tiempo la Izquierda insiste en que no.
Los hechos aclaran las dudas. La fórmula que ahora mismo López Obrador aplica en nuestro país es muy semejante a la que aplicó Lula en Brasil. Un programa de repartición de dinero —hasta ahora solo a 12 millones de familias pobres— y tres aumentos consecutivos del salario mínimo, eso mientras no ha ocurrido una sola expropiación ni una reforma fiscal.
Una política cuyos resultados, por desgracia, están siendo nublados por dos circunstancias. La pandemia , que ha sumergido en la pobreza a 10 millones de otrora clasemedieros. Y la antes dicha: la polarización extrema de la conversación pública, donde privan las acusaciones infundadas, histéricas —y francamente estériles.