Al final de su vida, Charles Darwin se interesó por investigar aquello que mantiene saludable y unida en el mismo propósito a una colmena de abejas. Luego de años de observación, llegó a una respuesta sorprendente.

La casa común —el panal— y la miel almacenada.

Cada abeja tiene asegurado un hogar y su alimento, y eso la hace cooperar con la sociedad de otras abejas para… tener un hogar y alimento almacenado.

La observación de la vida social de las hormigas lo condujo a la misma conclusión. La habitación y la comida almacenada son la meta y el camino del hormiguero. Lo mismo en la vida de las termitas. Como en la vida social de los chimpancés. La cooperación es la estrategia genial de los grupos sociales para eliminar la posibilidad de la escasez de comida y la falta de habitación.

Y la escasez, según el mismo Darwin había descubierto una década antes, es la condición que lleva a la lucha por la sobrevivencia. Solo si hay escasez hay lucha. Si hay abundancia, creada por la cooperación, hay paz y productividad.

En el momento que vivimos podemos distinguir a las sociedades que han apostado por asegurar el hogar y el sustento de todos sus miembros. Resaltan los países europeos, cuya terrible historia durante el siglo XX —dos guerras brutales— les enseñó sobre las condiciones que construyen la paz.

Y podemos distinguir en América a dos países que han apostado por lo inverso, por la escasez. Brasil y México.

No pudimos haberlo adivinado desde un principio los neófitos en epidemias, pero que México apostara por el confinamiento voluntario, sin tomar medidas para que la mitad pobre de la población se quedará en casa voluntariamente –a decir: que el resto de la sociedad los proveyera de comida segura— era una receta para NO asegurar la salud del panal.

El resultado es que esa mitad, la de los trabajadores informales, no ha estado en confinamiento. No ha podido estar encerrada en sus casas porque ha tenido que salir a buscar su comida diaria. Y por eso los números de contagiados y muertos siguen escalando.

Lo que ahora dice el doctor López Gatell, que “esta es nuestra realidad, una sociedad donde la mitad no podía haberse dado el lujo de confinarse”, no solo es de una crueldad salvaje, es una ofensa a la aritmética.

La clase media, la otra mitad de la población, se ha confinado cuatro meses, sacrificando su economía —se calcula que el 30% de las empresas pequeñas y medianas han quebrado— y causando a la economía del país un desplome jamás visto —para ahora 10 puntos del PIB—, y eso ha sido en vano, porque no hemos desescalado los contagios.

¿No hubiera sido más barato para la colmena proveer comida para todos?

Suponiendo el costo de la canasta básica, 3,200 pesos, que alimenta a una familia por un mes, saque el lector, la lectora, las cuentas. Habríamos gastado una décima parte de lo presupuestado para el Tren Maya y bastante menos también que el costo a la economía de este confinamiento parcial.

A toro pasado es fácil criticar el modelo del doctor López Gatell, pero ojalá él hubiera explicado sus consecuencias con mayor detalle, y no solo eso, ojalá hubiera expuesto la otra alternativa. Ojalá hubiera ingresado al territorio de lo posible la alternativa del panal que es saludable porque provee para todos sus individuos.

Lo dicho, ese es el modelo que usaron los países europeos. Y ese es el modelo que aplica hoy el gobierno de Izquierda de Argentina, un país con una economía más pequeña que la nuestra, al haber implementado el Ingreso Mínimo Vital: un subsidio que asegura a los pobres los medios para quedarse en casa.

Todavía es momento de cambiar el modelo. El gobierno debería hacerse cargo del alimento de esa mitad sin ahorros ni salarios fijos, distribuyendo canastas básicas o adoptando la iniciativa del Ingreso Mínimo Vital.

Termino con la confesión de una tristeza infinita. Hace dos años una mayoría votamos por el lema “Primero los pobres, para el bien de todos”. En esta pandemia, que de golpe nos enfrentó con la realidad de que vivimos en un hábitat común y respiramos, lo queramos o no, un mismo aire, debimos ser consecuentes y proveer de lo indispensable a los pobres, por el bien de todos.

Hicimos, estamos haciendo al día de hoy, exactamente lo inverso. “Que los pobres se las arreglen como puedan, para el mal de todos.”

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