Una parte sustancial del planteamiento de la precandidata presidencial del régimen es que es necesario ganar la elección del 2024 para construir el segundo piso de la transformación. Parecería una broma si consideramos que los cimientos son poco sólidos. Es más, en algunos rubros estamos ante un franco retroceso. Es también poco ético. Decir que en gobiernos anteriores la educación y la salud eran considerados privilegios y no derechos denota un profundo desconocimiento y un cinismo que indigna, sobre todo si se es beneficiaria de la educación superior pública.
Si existe algo clientelar es precisamente la estructura de los servidores de la nación cuyo objetivo es convertir en “fieles” a quienes reciben programas sociales en este sexenio. Pero indigna más esta ramplona propaganda si se considera que 50 millones de mexicanos no tienen acceso a la salud porque se desmanteló el seguro popular, se creó un INSABI que después se desapareció sin ninguna rendición de cuentas, y el fracaso en el suministro de medicamentos es el pan de cada día. En materia educativa el saldo no es mejor.
Hay un franco retroceso como se demuestra con los resultados recientes de la prueba PISA, en la que se acredita que estamos peor que en 2018 y que nuestros niños y niñas, sobre todo los de escasos recursos, están condenados a un futuro incierto en un mundo competitivo, y que vivirán en un México incapaz de responder a los retos que nos impone la relación con nuestros principales socios comerciales y la calidad en la fuerza de trabajo que esa cercanía exige.
Aunado a ello se desaparecieron las escuelas de tiempo completo, porque este gobierno no entiende que los horarios escolares son incompatibles con los laborales de una gran cantidad de mujeres que tienen que trabajar para mantener a sus hogares, y que además le proporcionaban a las y los niños una alimentación adecuada que en cierta medida compensaba las desigualdades, pues definitivamente con el estómago vacío es imposible aprender. La salud y la educación son las dos caras que muestran las prioridades de un gobierno, y éste nos queda mucho a deber. Culpar a la pandemia refleja la poca calidad moral de las autoridades educativas y la falta de interés por corregir el rumbo.
La ¨transformación” se tambalea también con la inseguridad que asola a nuestro país. Este sexenio ya se ha convertido en el más violento de nuestra historia. Se asesinan todos los días a mujeres por el simple hecho de serlo, se desaparece a los jóvenes y en lugar de dolerse por ellos, se les criminaliza, y una gran parte del territorio nacional enfrenta la amenaza cotidiana del crimen organizado.
Muy significativo es el caso reciente de Texcaltitlán, donde los pobladores se negaron a pagar extorsiones, lo que derivó en un enfrentamiento y la muerte de más de una decena de personas, entre ellas el delegado comunal, que fue abatido por defender a su pueblo. Si ese es el primer piso, qué nos espera del segundo. Se necesita mucho cinismo y crueldad, en pocas palabras ser una caradura, para mentir de manera descarada y prometer una nueva etapa, cuando la primera se les está desplomando, como le sucedió a “la coordinadora del movimiento” con el metro de la ciudad.