Los mensajes enviados por el oficialismo no dejan lugar a dudas. Tiempos oscuros nos esperan si no hay fuerza que se les oponga y parece no haberla. La oposición está enfrascada en sus disputas internas incapaz de entender y de asumir las consecuencias de una votación que, haiga sido como haiga sido, los arrolló. Las voces críticas que desde los medios se esfuerzan por hacer un análisis o incluso investigaciones periodísticas que no son del gusto gubernamental son amenazadas, exhibidas ilegalmente, y la única muralla que había detenido la violación sistemática de nuestro Estado de Derecho, hoy es sometida a una embestida cotidiana con la pretensión de desmantelar ese único reducto, o de colonizarlo como se ha hecho ya con el INE y con el Tribunal Electoral. Nadie se hubiera imaginado que bajo el manto de la “izquierda” se persiguiera a periodistas y se les sometiera a investigación por un aparato represor como ha sido el papel de la UIF en este sexenio. Pero mucho menos que un líder estudiantil del 68, un militante del viejo partido comunista (o a la mejor de ahí su vena estalinista) se convirtiera en el inquisidor, en el Torquemada, dispuesto a quemar en la pira pública sin pruebas y sin fundamento al o la que se atreva a disentir, como ya lo hizo cuando encabezó un fallido juicio político contra mi persona animado por la venganza jamás por la búsqueda de la verdad o de la justicia. Cómo entender que en los tiempos en los que al fin vamos a tener a una mujer en la presidencia se ataque a otra -que justamente está al frente de uno de los poderes de la Unión- con una saña y violencia desmedidas porque no soportan que sea independiente, insumisa, y que cumpla con su tarea de defender nuestra Constitución.

Cómo se pueden explicar a sí mismos, ya no a los demás, que habiendo luchado contra la sobrerrepresentación se quieran despachar ilegalmente con la cuchara grande atribuyéndose (con la complacencia de los órganos electorales) una presencia en las cámaras que los votos no les dieron para asegurar sus planes de control y de destrucción de instituciones. Y frente a todo esto el silencio complaciente y doloroso de algunos y algunas, con sus honrosas excepciones. Callan las feministas que apenas ayer gritaban si tocan a una nos tocan a todas. Callan los que con su lucha lograron la apertura democrática que permitió la alternancia y el respeto a la diversidad política hasta entonces avasallada por un partido hegemónico, patrimonialista, clientelar, que hoy reencarna bajo otros colores, pero con el mismo discurso y el mismo actuar. Callan los empresarios, sobre todo los más poderosos y lo hacen convenientemente porque han visto engordar sus arcas como en ningún otro sexenio. Callan las universidades, apenas ayer espacios críticos y de reflexión de la realidad nacional. Por eso, hoy más que nunca tenemos que valorar, respetar y defender a quienes ejercen la crítica aún a costa de poner en riesgo su propia vida (hemos escuchado el relato aterrador del sicario enviado a asesinar a Ciro Gómez Leyva). No importa si estamos o no de acuerdo. No importa si en el pasado fuimos objeto de su crítica. No somos nosotros los que estamos en desventura. Es la República.

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