Se puede montar un acto en que una niña llega hasta la Presidenta —todos sabemos que nadie puede ni siquiera acercarse— y la abraza para tratar de lavar la imagen de las atrocidades que se han cometido en los últimos días. Todo perfectamente orquestado para esfumar del imaginario colectivo la deriva autoritaria a la que nos están conduciendo. Para borrar que a los que aborrecían e insultaban ayer, hoy exaltan porque votaron como ellos querían, porque se pasaron a sus filas, porque los acompañan sin rubor en esta oleada destructora. Sólo la maldad, la perversidad, pueden permitir que se actúe con tanta frivolidad y desvergüenza. Se critica lo que se hizo anteriormente en materia de vivienda y se tiene a un lado a Ramírez Marín y Alejandro Murat quienes fueron directamente responsables de instrumentarla en otro gobierno. Se denuesta al PRIAN pero el oficialismo es su versión más acabada. Ahí están los que apenas en el sexenio peñista eran parte del gabinete, o gobernadores que llegaron a serlo por el PRI o por el PAN. Qué tal Javier Corral quien apenas ayer era un acérrimo detractor del morenismo y que hoy forma parte relevante de sus filas, no importa que representa posiciones extremas de la derecha. Pero todos ellos son perdonados no importan sus pecados. Ellos —hay que decirlo— están ahí traicionando a quienes durante años les dieron cobijo y les permitieron llegar muy alto. Y sin ningún empacho el oficialismo prepara el asalto final. En nombre del pueblo, que hay que repetirlo mil veces ellos sólo representan un poco más de la mitad (54% de los votos), se aprestan a desaparecer lo que resta. Casi la mitad (46%) no les confirió el mandato de cambiar nuestra Constitución y plasmar en ella retrocesos como el de la reforma judicial y ahora la desaparición de los órganos autónomos y con ellos el derecho a la transparencia y la información, el impulso a la competencia para beneficiar a los consumidores (es decir el pueblo) y la regulación energética (para qué mantenerla si el principal monopolio en la materia goza de los favores de palacio). Y para colmo, y para demostrar quien sigue gobernando, violentando el procedimiento que se dieron inicialmente en el Senado, se corre el enorme riesgo de que Rosario Piedra repita en la CNDH cuando sus malos resultados han sido demostrados y cuya gestión ha sido cuestionada por organismos de derechos humanos.
Todo ello en medio de una vorágine legislativa y la propaganda mañanera en la que el dolor, la impotencia, el baño de sangre en regiones de nuestro país, no parecen importar ni son parte de las preocupaciones centrales del actual gobierno. Por el contrario, últimamente se cree que gobernar es hablar todos los días frente a un micrófono. No hay empatía, no se acompaña a las víctimas, no se atiende la violencia que, por ejemplo, en Guerrero dejó once cadáveres desmembrados en una carretera incluidos dos menores de edad mientras la gobernadora cantaba. Estas escenas se repiten en Sinaloa, Guanajuato, Chiapas, Colima y muchas entidades más y del gobierno sólo merecen condolencias e investigaciones a destiempo que en nada ayudan a evitar que esto suceda. No les duele, no les importa, no es parte sustancial de su agenda porque lo de ellos es destruir no gobernar. Sí, son muy perversos.
Política mexicana y feminista