Casi al mismo tiempo sucedieron dos acontecimientos que expresan los claroscuros que se viven a nivel mundial y que resultan extraordinariamente paradójicos. Mientras que dos grandes mujeres recibían el reconocimiento a su labor, otras eran violadas, secuestradas y asesinadas en Israel por el hecho de ser judías. Lo relevante de este hecho es que una norteamericana de origen judío es la ganadora del Premio Nobel de Economía mientras que una iraní será galardonada con el de la Paz. Esto sucedió a la par que el grupo terrorista Hamas incursionara en Israel lo que motivó que el mundo entero fuera testigo de escenas dantescas de horror y de sangre a todas luces condenables, masacrando a sangre fría a civiles por el hecho de ser judíos. Cuestionable es también la respuesta desproporcionada del gobierno de Netanyahu a este artero ataque, que ha decretado un ultimátum que pone en riesgo la vida de palestinos civiles y cuya acción ha causado ya también la muerte de cientos de personas y estragos a miles al cortarles el acceso a la electricidad y, particularmente, al agua.
Mientras la visión teocrática, machista y oscurantista de Hamas cobra vidas inocentes, y la respuesta del gobierno israelí es igual de sangrienta (bien dice la ONU que en cualquier guerra y derecho a proteger a un pueblo hay reglas y los civiles nunca deben ser el objetivo), dos mujeres cuyos orígenes judío o iraní pudieran parecer contrapuestos, nos muestran que no es así, que se puede caminar de la mano cuando la ciencia y la defensa de los derechos humanos nos conducen a un mundo igualitario y de paz.
Claudia Goldin, norteamericana, ha sido reconocida por poner en el centro la brecha enorme que existe todavía en el mercado laboral, entre otros factores porque las mujeres no pueden acceder a mejores salarios y puestos porque son discriminadas por la maternidad y porque tienen que hacerse cargo de los cuidados de la familia. Narges Mohammadi, que se encuentra presa por el gobierno islamista de Irán, es galardonada por ser una defensora de los derechos humanos, sobre todo los de las mujeres, en contra de una tiranía represora y teocrática. Dos laureadas que pugnan por la igualdad, por eliminar desigualdades y todo tipo de violencia (en el trabajo por recibir menores percepciones o en la vida cotidiana por no ajustarse a una doctrina que las invisibiliza). Ellas son el rostro de la esperanza, mientras que los que masacran a civiles inocentes son el del mal. Ellas representan la certeza de que a las mujeres nos toca dar esta batalla por la paz y la dignidad, frente a la degradación a la que se ha conducido a la humanidad.
Aquí en México también hay rostros del mal. Tienen muchas caras. Una de ellas es la de los que amagan con las instituciones para perseguir y acallar voces, para pretender maniatar con una invisible espada de Damocles. Pero como dice la ganadora del Premio Nobel de la Paz con toda la fuerza que le da su integridad, “nunca dejaré de luchar por la democracia, la libertad y la igualdad… Me quedaré en Irán y continuaré mi activismo civil… incluso si paso el resto de mi vida en prisión…”. Esta fuerza es lo que no entienden los que no tienen escrúpulos ni tampoco dignidad.