Recibir a Estela de Carlotto en Palacio Nacional es un gesto de reconocimiento a la lucha ejemplar que han dado las abuelas de la Plaza de Mayo para encontrar a sus nietos. Nada las detuvo, mucho menos el miedo. Nada las ha frenado por lo que han logrado recuperar a 131. Estela entre ellas, logró abrazar por fin a su nieto Ignacio Montoya Carlotto, después de una búsqueda incansable de más de treinta años. Su hija Laura fue desaparecida, junto con su pareja Walmir Montoya, y como a muchas otras de las jóvenes que fueron asesinadas y reprimidas por el régimen militar y que estaban embarazadas, le fue arrebatado su bebé para entregarlo en adopción de manera ilegal. Por ello, a las emblemáticas madres y abuelas de la Plaza de Mayo el mundo entero y, sobre todo Latinoamérica, les reconoce su valentía, su decisión, su batalla incansable.

Lo que es inexplicable es que el Presidente tenga este guiño para reconocidas luchadoras de otro país, y no tenga la menor compasión por las madres buscadoras que en México llevan años tratando de encontrar a sus seres queridos, y que le piden a López Obrador que las escuche, entienda su dolor, y asuma su responsabilidad en esta tragedia. Las cifras son elocuentes: durante el período de la dictadura militar argentina desaparecieron 30 mil personas, en nuestro país se habla ya de más de 110 mil (desde luego la problemática no es de ahora), pero no se puede obviar que cuarenta mil han sido en este sexenio. Este dato ominoso nos coloca en segundo lugar en personas desaparecidas en el mundo. Lo más grave y doloroso es que de esta suma se calcula que más de 18 mil son menores, en su mayoría niñas y mujeres adolescentes, de acuerdo con Tania Ramírez, directora ejecutiva de la Red por los Derechos de la Infancia. A estas madres ni siquiera se ha dignado mirarlas, o tener la piedad y la empatía que un Jefe de Estado debe mostrar con las y los que más sufren por la acción hasta ahora irrefrenable del crimen organizado. Si bien se han dado pasos importantes con la aprobación de la Ley General de Desapariciones y el Centro Nacional de Identificación Humana, estos no han sido suficientes y han tenido que ser las madres las que tomen esta tarea en sus manos, corriendo el riesgo de ser asesinadas a balazos como Esmeralda García en Puebla y Teresa Magueyal en Guanajuato, o también desaparecidas como sucedió recientemente con Catalina Vargas en el municipio de León en esa entidad del Bajío.

Dicen las abuelas de la Plaza de Mayo que “un país con cadáveres en la cuneta no es una democracia plena”. Lo mismo se aplica para el nuestro, pues no se puede hablar de democracia con tantos cuerpos enterrados en las fosas clandestinas que aparecen a lo largo y ancho del país. Esta sigue siendo una asignatura pendiente y una de las causas que con mayor fuerza se debe abrazar. Porque como escribió el periodista francés Jean Pierre-Bousquet en 1983, “cuando las madres de desaparecidos… manifiestan en la Plaza de Mayo su dolor y su rechazo a ser despedidas sin respuesta… los generales pierden su primera batalla”. No puede ser de otra manera en México. Al no recibirlas, al no escucharlas, el gobierno está perdiendo una gran pelea.

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