Lo que está en juego hoy en nuestra Universidad Nacional va más allá del plagio de la tesis por parte de la ministra Esquivel. Fiel a su estrategia, el presidente aprovecha esta situación para acosar y desprestigiar a la UNAM. Quiere debilitarla, que rompa toda resistencia y permita que el gobierno decida quién será el próximo rector a finales de este crucial año.

No sólo defiende a la ministra (y sus votos incondicionales), quiere controlar y anular este espacio de reflexión y crítica de la vida nacional. Ése es el contexto en el que debe entenderse el posicionamiento del rector.

Desde luego que la gran indignación que provoca esta situación y la expectativa creada detonaron la idea que se iría lejos, muy lejos. Por eso, se esperaba que se cortaran cabezas. Que de tajo la Universidad —en un acto simbólico— anulara el título de quién plagió una tesis, lo que es inadmisible y más porque quién lo hizo forma parte del Tribunal encargado de que se respete nuestra Constitución. La institución que debe predicar con el ejemplo. Pero no fue así y con ello, a pesar de lo que muchos opinan, nuestra Alma Mater nos enseñó algo que es necesario revalorar: la ley es la ley. Se debe respetar la legalidad y el debido proceso. Se ratificó que existe el plagio y quién fue la autora. Se dijo que esta situación ha lastimado severamente el prestigio de la UNAM.

Pero, frente a quienes dicen que no nos vengan con que la ley es la ley y son los amos de la posverdad, el rector señaló que es precisamente en esta institución donde ¨tiene que prevalecer la cultura de la legalidad y de la verdad¨. NI más ni menos. Aunque este proceso no sea tan rápido como quisiéramos muchos, debe cuidarse el debido proceso, creando alternativas, y buscando lo que él llamó sanciones adicionales a partir de instancias como la Comisión de Honor. Esto, que no podemos ver por la polarización a la que nos han llevado, es oro molido en un país en el que todos los días se violenta el debido proceso y se usa la ley para fines distintos para los que fue creada.

Es cierto. El rector Graue no es un Vasconcelos que imaginó el escudo de la Universidad y su leyenda —“Por mi raza hablará el Espíritu”— como el despertar de una larga noche de opresión. Tampoco es un Barros Sierra, que encabezó una marcha al frente de miles de estudiantes para defender la autonomía universitaria en 1968.

Pero con su postura defendió a la institución de futuros ataques e intromisiones si se hubiese procedido con prisa, al mismo tiempo que no cerró el caso. Pero sobre todo dijo algo muy importante: que el plagio ya acreditado “es un acto que pone en entredicho la ética y la moral de quien lo comete”. ¿No debería ser esto suficiente para que la aludida tuviera algo de dignidad? ¿Para que renunciara?

Gracias a la UNAM, mis padres que llegaron de provincia (para abrirse camino) nos dejaron a sus seis hijos una carrera universitaria como principal patrimonio. Sé lo que es amarla, sentirme profundamente agradecida, como millones que hemos sido cobijados bajo sus aulas. Es hora de que la ministra demuestre que aprecia y respeta a quien le dio una gran oportunidad. No hablo del Presidente, sino de la Universidad Nacional.

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Política mexicana y feminista

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