Muchos son los acontecimientos que a diario consternan a nuestro país que tal vez no le hemos dado importancia a un movimiento que en la antigua Persia se ha ido gestando, a raíz de la muerte de Mahsa Amini a manos de la policía moral. La razón: que el hijab (velo) no cubría por completo su cabello, lo que es obligatorio. Esto ha motivado que ellas, sobre todo las jóvenes, pero no sólo, hayan salido a las calles para protestar con valentía y dignidad contra un régimen represor y autoritario al grito de “muera el dictador”. Lo que sucede en Irán nos obliga a la reflexión en muchos sentidos. En primer lugar, nos compromete —incondicionalmente— con esas mujeres que han puesto en jaque al gobierno islámico y que son asesinadas solo por querer una vida normal, por demandar libertad y justicia. Sus cuerpos aparecen con el cráneo fracturado y con múltiples golpes, así como con la nariz aplastada y eso debiera ser motivo de enérgico rechazo por parte de los gobiernos, de la sociedad civil y de las feministas de todo el mundo.

En segundo lugar, porque lejos de lo que aquí se ha dicho desde el púlpito mañanero, los movimientos feministas demuestran que la lucha de las mujeres nada tiene de conservadora. Es profundamente libertaria, disruptiva porque confronta y subvierte al régimen patriarcal. Tal vez para las jóvenes suene algo lejano. Pero, apenas en el mediodía del siglo pasado, en México nuestras abuelas y madres tuvieron que luchar por el derecho a votar. El acceso a la educación, sobre todo superior, ha sido una conquista, así como la capacidad de decidir sobre el número de hijos que queremos tener por tener a la mano la píldora y otros métodos de control natal. Fue a mi generación a la que le tocó abrir brecha en los espacios políticos hasta llegar a conquistar la paridad. Esta lucha ha sido ardua, no sin tropiezos, y a veces con francos retrocesos como sucede en la actualidad. Las de ayer marchábamos por las calles utilizando los medios de la política tradicional. Las de hoy se quitan el velo y se cortan el cabello, o en nuestro país, portan pañuelos verdes o morados e inventan nuevas formas de expresión ante los muros de oprobio, reales o virtuales, que tienen que enfrentar.

Esto nos lleva a una tercera reflexión. Hemos luchado para que haya más mujeres en los espacios de decisión. Hay un Congreso paritario, un gabinete con mayor presencia femenina, más gobernadoras, pero casi ninguna de ellas ha levantado la voz frente a la desaparición de políticas públicas que favorecían a las mujeres, sobre todo a las que son el sostén de sus familias, como las estancias infantiles, los comedores comunitarios y las escuelas de tiempo completo, por poner algunos ejemplos. Desde el oficialismo, muy pocas tienen voz propia y capacidad de enfrentarse a lo que se decide desde la Presidencia, a pesar de que eso atente contra los derechos humanos y las libertades de las mujeres. Casi ninguna se expresó sobre el derecho a decidir y a tener un aborto legal y seguro en el reciente día de acción global por esta causa. La pregunta es muy sencilla, queremos mujeres, pero ¿para qué? La respuesta también lo es: para que sean insumisas frente al poder patriarcal. Así de simple.

Política mexicana y feminista