Al escribir este artículo no puedo evitar recordar la primera vez que EL UNIVERSAL me permitió escribir en sus páginas. Hablé de la violencia que todo un régimen ejercía en contra de mi persona. Lo hice encerrada entre los muros de una prisión desde los que levanté la voz no sólo por mí, sino por la injusticia que viven cientos de mujeres que son encerradas injustamente, que son separadas de sus hijos e hijas porque antes que la verdad, están las cuotas de detenciones que hay que cubrir o la persecución política.

Hoy he dejado esas rejas, pero me encuentro en un país en el que millones de mujeres viven sus propios encarcelamientos, sus propias cadenas. Porque México sigue siendo un país profundamente machista, circunstancia que se ha redoblado desde el discurso oficial que reproduce patrones de sumisión y subordinación. Un país en el que se asesinan diez mujeres todos los días, en el que la violencia sigue siendo el pan de cada día, y en el que las mujeres que se han atrevido a incursionar en un mundo patriarcal como la política, son víctimas de estereotipos, dobles estándares, violencia verbal y hasta la muerte.

2024 es sin duda un año histórico. Por primera vez tendremos una mujer Presidenta. Este es un paso gigantesco si pensamos que hasta hace unas pocas décadas tuvimos que dar batallas campales para abrir espacios, primero con las controvertidas cuotas hasta llegar a la paridad. Quienes hoy contienden y tienen la posibilidad de ponerse la banda presidencial son beneficiarias de esta lucha que dimos tantas y tantas mujeres valientes en medio de descalificaciones, insultos y exclusiones. Pero queremos una mujer que no sólo tenga el cuerpo, sino la conciencia, la convicción y el compromiso con la perspectiva de género. No queremos mujeres que dependan de otros para asumir la investidura completa y, sobre todo, anhelamos una Presidenta que no haya sido cómplice de todos los retrocesos que hemos sufrido las mujeres estos últimos años. No se puede hablar con autoridad moral si se colocan vallas en nuestra plaza mayor para no escucharlas, para acallar sus reclamos. Si se ha mantenido un silencio cómplice frente a la desaparición de políticas públicas que tenían que ver con compartir con ellas las tareas del cuidado, si se les dejó morir por Covid, si no se escucha a las que buscan desesperadamente a sus desaparecidos para poder enterrarlos en santa paz.

Desde luego que queremos una mujer Presidenta. Y por el bien de todas —diría el clásico— debiera estar dispuesta a romper con ataduras, con programas impuestos, con decisiones tomadas de antemano por quién le va a entregar el poder. De no hacerlo así, estaría traicionando el legado, la lucha de tantas mujeres por la paridad, la no violencia y la igualdad sustantiva. Afortunadamente, las jóvenes y muchas colectivas hoy levantan la voz para impedir que agresores y deudores alimentarios puedan ser candidatos, para que las mujeres que lleguen a los espacios de decisión verdaderamente nos representen. Estas colectivas y las cientos de miles de mujeres que desde hace años nos hemos tomado de la mano, estamos aquí para defendernos sororamente. Porque si algo hemos demostrado es que unidas somos incansables, imparables e invencibles.

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