Este 8 de marzo, el feminismo que está cercano al poder tiene mucho que reflexionar. Verse al espejo autocríticamente. Discutir abiertamente porqué se ha permitido tanto retroceso con relación a nuestros derechos. Por qué se calla. Por qué acepta la sumisión como regla para que una mujer sea escogida y bendecida por un hombre. Por qué, en algunos casos, se ha vuelto abyecto, carente de toda su lógica disruptiva, despojado de su lado subversivo, rompedor del pacto patriarcal. Por qué ha guardado distancia frente a la ignominia, la infamia y la persecución como forma de hacer política.

Se ha recorrido mucho trecho para llegar a este momento. En cierto sentido se ha traicionado el legado de Simone de Beauvoir quién decía que “el feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. La polarización y el encono han roto nuestras alianzas y la sororidad que durante años permitió avanzar, abriendo espacios con las cuotas para lograr acceder a los espacios de representación popular y las dirigencias de los partidos, hasta llegar a la paridad. Alianzas que lograron conquistar el derecho a vivir libres de violencia, a decidir sobre nuestros cuerpos, y a poner en práctica políticas públicas que partieran del hecho de que la mujer ya trabaja y por lo tanto las tareas del cuidado deben ser compartidas por la sociedad, el Estado y la pareja.

Hemos dejado de luchar colectivamente. Se dividió a las mujeres en dos bandos. Y la paridad dejó de ser sustantiva. Una obligación de ley carente de contenido, porque no importa si hay o no compromiso de género. Y es justamente en este contexto en el que en nuestro país se asesinan a más mujeres todos los días. Se acrecienta la violencia porque desde el poder se alienta, se alimenta. Han desaparecido programas como las estancias infantiles o golpeado a las escuelas de tiempo completo que permitían a las mujeres trabajar y al mismo tiempo saber que sus hijos estaban bien cuidados. Igualmente, liquidaron los comedores comunitarios donde las mujeres más pobres y su familia tenían un alimento garantizado, o el seguro para jefas de familia que en estos momentos estaría protegiendo a nuestros huérfanos de la pandemia.

Indigna el silencio cómplice ante ataques y calificativos a una mujer que por defender la autonomía del poder judicial sea objeto de amenazas que son muy graves y que no pueden soslayarse bajo la idea de que son “ellos mismos los que tiran la piedra y esconden la mano”. Es gravísimo que se callen frente a la ofensa sistemática contra una mujer que ha roto el techo de cristal de uno de los tres poderes, el más patriarcal hasta ahora. La ministra Piña se ha convertido en el blanco para debilitar a la SCJN porque este órgano tiene en sus manos la decisión de la inconstitucionalidad del Plan B que elimina, entre otros, el 3 de 3 que impedía que hombres deudores de pensiones o con acusaciones de violencia pudieran ser candidatos. Se reduce el financiamiento a las mujeres, siempre ajenas a las redes de complicidad patriarcal, por lo que competirán en condiciones desiguales. Ojalá que este 8 de marzo sirva para retomar alianzas, conquistar las calles, y levantar la voz para poner freno a estos retrocesos.

Política mexicana y feminista

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