Mucho se ha debatido en los últimos días sobre la movilización que la oposición está convocando para defender al INE. Se ha hecho creer que la Plaza Mayor le pertenece a quien hoy nos gobierna, como una especie de patente de corso. En el imaginario colectivo de sus seguidores (y en su propia mente) todo empezó en 2006, cuando le fue, en su lógica, arrebatada la presidencia. Se olvida entonces la historia misma de la que ha sido testigo el ombligo de nuestra ciudad. Ese zócalo capitalino, que lo mismo se ha llenado innumerables ocasiones para protestar, para rendirle pleitesía al gobernante en turno o hasta para cantar, bailar o incluso ver cine. Ya se nos olvidó por ejemplo que con el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas (y durante el mío) no sólo se presentaron los mejores cantantes y grupos, sino que también se bailó al ritmo de Buenavista Social Club, y se vieron películas censuradas y prohibidas como la Ley de Herodes. Tampoco se recuerda que esos eran también los días del movimiento del CGH, y que después de una movilización de miles de jóvenes que corearon sus consignas a lo largo de la ciudad, al llegar al Zócalo guardaron un respetuoso silencio y se sentaron a escuchar a Madredeus y su maravillosa música. Pero eso tal vez sea lo menos importante.

El Zócalo lo tomaron los estudiantes en 1968, no con las libertades que gozamos ahora, sino rodeados de tanquetas, convirtiendo su lucha en un parteaguas en la exigencia de mayores libertades y democracia. Una y otra vez los sindicatos universitarios creados en los setenta llegaron hasta el corazón, unas veces solos, otras acompañando a la tendencia democrática de los electricistas encabezados por Rafael Galván, exigiendo independencia y democracia sindical. Tal vez algunos de los que hoy nos gobiernan no se acuerden de esto, porque no formaban parte de aquellos movimientos provenientes de la izquierda y que en su mayoría protestaban contra el partido oficial del que eran parte.

Pero lo que sí no pueden olvidar son las veces que, una y otra vez, primero la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, después el Frente Democrático Nacional en la campaña presidencial de 1988, y luego en todas las ocasiones en las que se denunció el fraude electoral, no cabía ni un alma más en nuestra plaza mayor, incluso ya como PRD, exigiendo que los votos se contaran. El mismo presidente López Obrador llegó a ese espacio después de recorrer kilómetros con los Éxodos por la democracia exigiendo respeto a las elecciones en Tabasco, acompañado por cierto por muchos de los que ahora se descalifica y se acusa de traidores. Y lo mismo se llenó en la campaña para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México tanto en 1997 como en el dos mil. El EZLN también hizo suyo este espacio para recordarnos que nadie debe ser excluido por el color de su piel.

Así es que el Zócalo es de todos y todas. No tiene propietario. Es nuestro espacio de convivencia y de lucha. Es el corazón que palpita al ritmo de la protesta o de la música. Es parte de nuestra historia y nadie puede sentirse agredido porque parte de la sociedad decida una vez más levantar su voz como una ofrenda para que la democracia no se muera.

Política mexicana y feminista


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