Según la Real Academia Española crueldad significa inhumanidad, fiereza de ánimo, impiedad. Por ello, a propósito de estos días, vale la pena reflexionar porqué nos hemos vuelto tan crueles. ¿Por qué no nos duele lo suficiente que haya gente que no tiene para comer, que haya niños con cáncer sin medicamentos, que todos los días sean asesinadas más de diez mujeres? ¿Por qué ya hemos normalizado que más de 130 mil familias se vistan de luto porque alguna o alguno de sus miembros ha sido víctima de la violencia? ¿Por qué no nos ofende que miles de madres buscadoras lloren la ausencia de sus hijos o hijas desaparecidos? ¿Por qué ni siquiera pensamos en las y los que están privados de su libertad siendo inocentes, o en los que han tenido que abandonar sus países y en lugar de solidaridad en el nuestro encuentren repulsión? ¿Por qué no nos indigna que un gobernante diga que una pandemia -quese ha llevado a cientos de miles de mexicanos- le cayó como anillo al dedo? ¿Por qué aceptamos que un poderoso no perdone a los millones que tuvieron la osadía de no votar por él? ¿Por qué no nos hieren las ofensas cotidianas a los que piensan diferente? ¿Por qué somos capaces de aceptar (como si esto no fuera muy grave) que nuestro país sea el más peligroso para ejercer el periodismo? ¿Por qué no nos denigra que haya personas capaces de sugerir que el intento de asesinato de uno de los más destacados periodistas en México haya sido para favorecer sus “insanas” intenciones o las de la empresa en que trabaja? ¿Por qué aceptamos como si nada el que se nos fracture, divida, polarice, el que se promueva el odio todos los días? ¿Por qué nos hemos vuelto tan insensibles ante el dolor ajeno, tan indiferentes?
Tal vez por la degradación de la vida nacional, por la descomposición a la que se nos ha llevado, porque ya no nos alegramos con los logros de los demás, e incluso a veces gozamos con el dolor de otros. Por eso, como dice el neurocientífico Facundo Manes en su libro Ser Humanos, “la herramienta más poderosa para luchar contra esta deshumanización en la empatía… es la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de comprender sus sentimientos y pensamientos”. Y este proceso requiere de nuevos liderazgos que no sólo posean fuerza, inteligencia, audacia, visión, sino que es necesario (y de manera muy importante) que tengan la capacidad de reconocer y manejar sus emociones, de autorregularlas. Un liderazgo que sea lo suficientemente humilde como para ponerse en los zapatos de los otros, y que no sienta que está por encima de los demás. Lejos de lo que se ha afirmado desde la tribuna presidencial, la perspectiva humanista convoca, no fragmenta ni polariza. Pero si desde el poder se divide, a nosotros nos corresponde unir, reconciliar. En pocas palabras, recuperar la dignidad. El respeto por los demás, no importa si piensan o son diferentes. El trato igualitario sin distinción de ninguna naturaleza. La idea de que todas y todos tenemos los mismos derechos y que, por ningún motivo, debemos ser discriminados o tratados indignamente. Una vida digna es y debe ser el anhelo mayoritario. La causa común para hacer de nuestra casa, nuestra patria, un verdadero hogar.
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