Se puede entender que algunos de los legisladores del partido oficial reproduzcan las peores prácticas de la política porque apenas muy recientemente forman parte de las filas morenistas. Crecieron al amparo de los fraudes electorales, del desaseo en las formas de hacer política. Lo que es incomprensible es la actuación de quienes pertenecieron a la lucha cardenista y fueron fundadores, e incluso dirigentes, del Partido de la Revolución Democrática. Padecieron la hegemonía de un partido de Estado que no vacilaba en imponer sus mayorías en el Congreso, y hacía alarde de que ni oía ni escuchaba a la oposición. Por ello, es paradójico que los que verdaderamente provienen de la izquierda no tengan hoy el menor prurito o decoro al amagar, al utilizar el fast track en el Congreso, al sentenciar desde instituciones como la UIF, o al utilizar los instrumentos de procuración de justicia para inhibir o desmantelar la crítica opositora.

Las reformas aprobadas hace unos días en la Cámara de Diputados constituyen un agravio a esta tradición democrática, no sólo por su contenido (mismo que tendrá que ser analizado con detenimiento pues ni los mismos legisladores la conocen), sino por la forma. Háganle como quieran parecen decir los diputados morenistas, al cabo se tiene una mayoría que se puede aplicar de manera implacable. Y así lo hicieron. Jugando mañosamente con argumentos que ante un sector de la población resultan atractivos como el abaratar el costo de las elecciones, ponen en riesgo lo que tanto ha costado construir. Y lo que es peor, lo hicieron configurando una mayoría comprando a partidos vividores de esos recursos que dijeron querían ahorrar. Para desmembrar al INE, para quitarle dientes, vale el recorte presupuestal, pero no se aplica el criterio a aquellos que han subsistido, no de los votos, sino de venderse al mejor postor. Desde la máxima tribuna se argumenta que los duendes hicieron travesuras a unos ineptos diputados incorporando aspectos ya sancionados por la Corte, como el que se trasladen votos para darle oxígeno a partidos satélites que no son capaces de valerse por sí mismos.

Estas prácticas fueron una y otra vez rechazadas, denunciadas por muchos de los que ahora las practican. Las bancadas de la izquierda fueron víctimas de los madruguetes que hoy sin ningún disimulo realizan quienes en el pasado formaron parte de la tradición democrática. Hoy hablan de disminuir recursos, cuando durante años se beneficiaron de las prerrogativas públicas, olvidando además que este precepto se incluyó como parte de una reforma de gran calado, precisamente para evitar dinero sucio en las elecciones, o la inequidad que significaba competir con los recursos del Estado sin tener acceso a ningún tipo de financiamiento. Olvidaron también que parte de esta lucha, además de tener un órgano electoral autónomo y ciudadano, fue arrebatar de manos del gobierno el manejo del padrón electoral, y pretenden ahora regresar a ese oscuro pasado que costó tantas vidas y tantos años de lucha superar. Toca entonces demostrar que, con una copiosa participación ciudadana, a pesar de todo esto y aún con una competencia que ya es desigual e ilegal, se les puede ganar.

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Política mexicana y feminista