Últimamente se ha perdido el foco con relación al sentido de la política. Se plantean falsas disyuntivas y se deja de lado lo verdaderamente relevante. Se cierran los ojos ante el hecho de que la nuestra es una sociedad rota, que ha llegado al extremo de normalizar la violencia, sobre todo si se trata de mujeres. En estos días, dos episodios han conmovido a la opinión pública pues demuestran el grado de deshumanización y crueldad que hoy nos caracterizan. Expresan también que en territorios dominados por el crimen organizado, en los cuerpos de las mujeres se libran batallas campales que llevan hasta la muerte. El primer hecho, el homicidio de una adolescente, víctima de bullying. Todo esto, en un contexto en el que quienes videogrababan la golpiza —que una chica le propinaba a otra— las azuzaban exaltados, alentados tal vez por la apología de la violencia (de la que se ha hecho rico uno de los principales voceros del gobierno), y por el hecho de que al interior de sus hogares ésta es la realidad cotidiana lo que la hace “normal”. La falta de políticas públicas, de prevención y de atención inmediata a cualquier denuncia por parte de las autoridades escolares, así como de las propias familias, es un tema que exige una reflexión profunda. Las cifras no son alentadoras. Según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, el 45% respondió que ha sido víctima de bullying en algún momento de su vida escolar, la gran mayoría, mujeres adolescentes, lo que refleja la gravedad de esta problemática que puede llevar hasta la pérdida de la vida.

El otro acontecimiento tampoco es insólito. El 7 de marzo seis jóvenes desaparecieron en Celaya, cinco de ellas aparecieron muertas, víctimas seguramente de grupos criminales. Un hecho que ya se ha hecho habitual en nuestro país y por lo que miles de mujeres salieron a la calle precisamente para denunciar esta violencia de la que son objeto en la escuela, en la casa, en la calle. Esta violencia que les impide sentirse seguras y que trasgrede su derecho a la ciudad, que emana de una sociedad profundamente machista y que, en algunos casos, es minimizada por el ya añejo argumento: si vamos a hablar de homicidios, es mayor el número de hombres que el de mujeres. No se entiende que su muerte se da en razón de su género. La experta y feminista Patricia Olamendi demostró con peritajes forenses que mujeres víctimas de feminicidio tenían marcas alrededor del cuello, moretones, golpes. Para poner otro ejemplo, simplemente basta con preguntar ¿cuántos hombres han sido atacados con ácido? ¿Quiénes son la versión masculina de María Elena, Esmeralda, Carmen y de todas las agredidas de esta brutal manera?

Estos son, entre otros, algunos de los grandes problemas del país. Pero nos perdemos en la polarización, en la trampa que nos han impuesto para replicar día y noche, un solo discurso, aunque sea para rebatirlo. Nos han llevado al terreno que han querido para distraernos de lo verdaderamente importante. De lo que nos afecta brutalmente todos los días. Por eso no podemos dejar de levantar la voz para decirle al país entero, sobre todo a quienes nos gobiernan: basta ya. Atentamente, las mujeres.

Política mexicana y feminista

 

 

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