La política, antes que un proceso competitivo, es uno de negociación y agregación, por eso el oficio político es un talento obligatorio para los partidos como estructuradores de voces e intereses. Los partidos hacen política para llegar al poder y los buenos partidos hacen una política que agrega voluntades en esa ruta.
Desde la oposición no se puede hacer política para acceder al poder sin entender cuáles son las condiciones sociales e históricas que se enfrentan en la realidad cotidiana. Hoy en México, el regreso al poder de los partidos que creemos en la construcción de consensos debe entender que el elector nacional es prospectivo, le preocupa el futuro. No estamos ante electores retrospectivos, a quienes les interese el pasado y menos proteger el status quo imperante en los últimos años del ciclo histórico que está concluyendo.
La visión del actual Gobierno no forma parte del futuro del país; al contrario, es la última expresión de las contradicciones de un arreglo y pacto social en México que impulsó notables avances, pero no resolvió importantes desafíos.
En su condición de factor de crisis última, el actual gobierno tiene muy claro lo que quiere demoler, pero le resulta imposible, por ser un agente de fin de era, proponer el futuro. Con él termina un ciclo y en ningún caso vemos la creatividad, innovación o voluntad de construir algo nuevo.
Morena gobierna hoy a México guiado por un reduccionismo nostálgico.
Si aceptamos ese marco, podemos darle una dimensión objetiva a dos eventos políticos centrales de las últimas semanas. En el primer caso, más del 80% de los electores no se mostraron interesados en un ejercicio de revocación de mandato que apostaba a una masiva ratificación política, que bajo esa lógica se quedó corta.
En el Congreso ocurrió algo igualmente relevante: la oposición, unida toda ella, fue capaz de evitar que se cambiara un texto constitucional imperfecto, pero que surgió de consensos amplios.
Ya se empieza, con oficio político, a encontrar el camino que mire hacia un nuevo rumbo en el país, pero seguimos sin proponer el futuro.
Ese futuro, que se ve ya rumbo a 2024, tendrá dos niveles: el más importante nos llevará a imaginar un nuevo pacto social para los próximos 100 años del ciclo nacional y ese le tocará tejerlo a la sociedad amplia.
Un segundo nivel, es visualizar —desde ya— la política de y entre partidos agregadores de voluntades, que estará en condiciones de ganarle en las urnas a quienes hoy gobiernan.
El reto es enorme, porque lo que hemos visto en Morena es un impulso por convertir a un país complejo, diverso y heterogéneo, en una entidad rudimentaria que no le va a dar opciones reales a 135 millones de mexicanos, pero que le es fácil de comunicar como consigna, así no tenga ningún sentido como solución.
En el 2018, los mexicanos decidieron jubilar un pacto social que duró 100 años y hoy estamos viviendo la catarsis ordenada por los electores. Sin embargo, la pregunta que el oficio político tiene la oportunidad y obligación de contestar es cómo hacemos política de partidos a través de alianzas, amalgamas o refundaciones para que, en el 2024, el país pueda volver a comenzar.