El concepto de democracia ha evolucionado considerablemente. En la antigüedad, los atenienses lo interpretaban como un “gobierno del pueblo”. Pero en la era actual, marcada por la revolución digital y la comunicación interpersonal, la democracia ha trascendido este significado para convertirse en una entidad compleja, interconectada y, sobre todo, colaborativa. Colaboración y democratización comienzan a ser sinónimos.

Un país no es simplemente un territorio delimitado por fronteras y definido por sus leyes; es una entidad viva compuesta por su gente, su cultura, sus tradiciones y su visión del futuro, interactuando en tiempo real. En esta complejidad, la democracia colaborativa emerge como el mecanismo más adecuado para guiar el desarrollo de una nación desde una perspectiva verdaderamente plural e incluyente. Es en este contexto que el Frente Amplio por México (FAM) concibe su agenda de ciudadanización de la democracia.

El verticalismo, que ha sido la norma en muchas estructuras políticas y organizacionales por siglos, ignora a menudo el potencial inherente del poder colectivo, del poder de los muchos trabajando juntos, al tiempo que se respetan las individualidades y se potencian las coincidencias.

En el contexto de construir un proyecto de país, la colaboración es esencial. Cada ciudadano, independientemente de su origen, educación o posición social, tiene una perspectiva única sobre lo que su país necesita. El conocimiento es colectivo y no una verdad revelada a un elegido. Al adoptar un enfoque colaborativo, el país como entidad puede beneficiarse de una diversidad de ideas, soluciones y estrategias, todas contribuyendo a una visión más completa y justa del desarrollo nacional.

La tecnología ha transformado las capacidades colaborativas y de creación de colectivos. En el FAM, esto se demostró con el proceso de selección de Xóchitl Gálvez. Las tecnologías que se han vuelto cotidianas para viajar, estudiar o trabajar pueden facilitar la participación ciudadana, haciendo que la toma de decisiones colectivas sea más transparente, inclusiva y representativa —lo que, en sí mismo, fortalece a la democracia—. Hacia el 2024 tenemos que aprovechar todo ese potencial.

Por otro lado, el valioso contacto cara a cara que se establece con la gente en el territorio a través de recorridos casa por casa, reuniones vecinales o encuentros en las plazas públicas, no ha perdido su relevancia; al contrario, se ha reafirmado su valor en el contexto de una contienda que requiere una campaña construida desde la base y de forma colaborativa con toda la comunidad.

Una nación que adopta la democracia colaborativa reconoce que su mayor activo es su gente. Cada individuo, con sus experiencias y habilidades, contribuye al rico tejido nacional. Con la democracia colaborativa, México se puede convertir en una nación de potencial ilimitado que sume constantemente visiones individuales, y no un país de masas amorfas, disciplinadas y anónimas en las que está prohibido pensar fuera de la doctrina.

Colaborar es reconocer un principio universal de igualdad; es comprender que colaboración y democracia, cuando se desarrollan entre ciudadanos que se respetan mutuamente, son sinónimos. Este es el proyecto que hoy se impulsa desde el FAM: generar una democracia colaborativa que impulse de verdad el mejoramiento constante en la vida de todos, los 130 millones de mexicanas y mexicanos, sin excepción.

La piedra angular de tal esfuerzo radica en armonizar tecnología y trabajo territorial.

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