Una característica de la democracia es su potencial creativo. La democracia da origen a instituciones, regula procesos y se autoevalúa permanentemente. Considerada la culminación de una larga evolución social, la democracia posee una naturaleza orgánica: es compleja, diversa, dinámica, requiere de nutrientes e inevitablemente experimenta euforias y depresiones.
La democracia, siendo un organismo social, puede morir —incluso súbitamente—. No obstante, posee el potencial de desarrollar nuevas habilidades y mejorar su estructura genética, ya que aprende de crisis y desafíos.
En ese marco hay que encuadrar la creación del Frente Amplio por México (FAM). El FAM muestra la robustez que ha adquirido, en relativamente poco tiempo, nuestra democracia. Es también una respuesta evolutiva en tiempo récord —algo poco común tanto en el reino de lo natural, como en el reino de lo institucional-político—.
Hace algunos años, el pensar que en México se constituyera una alianza funcional entre partidos antagónicos y ciudadanos —un Frente Amplio—, habría sido una fantasía. Pensar que en este no solo participarían PRI, PAN, PRD y una corriente de ciudadanos, sino todo el mosaico de una sociedad plural sonaría a ficción.
De igual forma, que las dos personas finalistas del proceso para seleccionar al responsable nacional de ese Frente serían mujeres que portan con orgullo las prendas de nuestras raíces prehispánicas, hubiera sonado igual de improbable. Sin embargo, aquí estamos: a unos días de elegir a esa persona y cambiar la historia política de México.
Con fraternidad y convicción, yo estoy con Beatriz Paredes, pero respetaré las reglas del proceso y, por supuesto, la decisión mayoritaria. Y es que la democracia, por su potencial creativo, tiene esa capacidad de crear primaveras en los momentos en que el invierno parece más crudo; de adaptarse y evolucionar para autoprotegerse y sobrevivir. El Frente es justamente un reflejo de ello.
En la historia civilizatoria, al igual que en la biológica, los cuerpos sociales que perduran son aquellos que mejor se adaptan al entorno cambiante; aquellos que refinan sus procesos y habilidades antes —y mejor— que otros.
Si la democracia mexicana ha sobrevivido hasta ahora, ha sido por esta flexibilidad para asimilar la pluralidad. Por lo mismo, la verticalidad, el caudillismo, el dogma y el sectarismo son sus enemigos naturales. Cada cierto tiempo, los cuerpos democráticos pueden verse atraídos por estas conductas. No obstante, la evolución cívica no implica dejar atrás nuestros instintos más primitivos —tal vez nunca podamos—, sino domarlos en busca de nuestra supervivencia. Hoy, como siempre, los extremos no se resuelven con extremos.
El FAM ha superado desafíos que muchos habrían considerado imposibles, estableciendo equilibrios y aportando nuevas ideas sobre cómo ejercer la política y construir un gobierno de coalición en conjunto con la ciudadanía. Sobre todo, el Frente, a través de sus procesos de participación, foros y resonancia, ha demostrado que existen alternativas más allá de la lógica de confrontación que Morena intenta imponer.
Con esta amalgama entre ciudadanos y partidos, tenemos la posibilidad de que el 2024 vuelva a ser una competencia de propuestas y de modelos de país, no de revanchas, dogmas y facciones, como busca el oficialismo.
El Frente propone una evolución política para administrar eficazmente la pluralidad. Del otro lado claman que retomemos nuestros instintos más básicos y tribales. Evolución o involución, esa es la pregunta.