Pocos libros han descrito de forma tan precisa y desnuda los riesgos del hiperpresidencialismo como El estilo personal de gobernar (ed. Joaquín Mortiz), que en 1974 distinguió a Daniel Cosío Villegas. Sin embargo, tras casi 50 años seguimos aferrados a esa presidencia de ilimitado poder personal.
Llegará el día en que la historia juzgará las decisiones del actual gobierno de Morena. Entonces muchos veremos confirmadas—o no—las evaluaciones que hoy sostenemos. Lo que sí podemos cuestionar desde hoy es la recreación a tambor batiente del gobierno de un solo hombre; uno que parece impermeable a evidencias que lo contradigan o sugerencias que señalen un mejor rumbo. Un país con nuestra diversidad cultural, complejidad social y económica, magnitud demográfica y enorme lista de rezagos, no puede guiarse por la fe en una sola persona. Eso no solo es imposible; es irresponsable.
Es cierto, en 2018 la ciudadanía votó por el tipo de liderazgo que hoy tenemos. Fue la catarsis necesaria de quienes se sentían excluidos y hartos. Sin embargo, sería traicionar nuestros principios el proponer que en 2024 simplemente sustituyamos a un líder por otro. Ese es justamente el problema: depender de un solo mexicano o mexicana.
En 2024, lo menos relevante debe ser el candidato o candidata opositora. Sería trágico sustituir una presidencia iluminada, por otra cuya única diferencia sea el lugar donde se coloquen los reflectores. Lo que necesitamos es acordar un proyecto de país racional, incluyente y operable. Luego, un plan de campaña que sea atractivo y, solo al final, buscar quién debe encabezarlo. Encontrar un gallo o gallina para salir a dar la pelea no debe ser nuestra prioridad—salvo queramos que el país siga pareciendo un palenque—.
Hay que repetirlo: los partidos comprometidos con la democracia no podrán solos en 2024 contra la maquinaria y las condiciones que Morena está creando. Hacen falta los ciudadanos y una propuesta de país, no solo de poder. No podemos pensar que el objetivo de construir una nueva mayoría sea vencer para retrasar el reloj. Nadie quiere regresar al pasado, ni al de los años 70 ni al que dio paso al régimen actual.
Empecemos por entender que Morena no es el centro de la historia actual de México. Ese país de dos grupos con rencores insuperables no existe más que en la fantasía de quienes se benefician de sembrar precisamente esa división. Por lo tanto, México requiere una coalición diversa; que reúna diferentes tradiciones ideológicas y programáticas; que asuma que los partidos son distintos entre sí y tienen plataformas a veces incompatibles; y que nuestra coalescencia se da para preservar esa pluralidad, no para eliminarla.
Los ciudadanos están buscando ser tomados en cuenta, vivir en paz, tener la oportunidad de emprender para construir un patrimonio y tener derecho a beneficios sociales justos que permitan romper el círculo de la pobreza. Y esos mismos mexicanos, pasados estos años de furia y demolición, van a querer reconstruir su país, no simplemente coronar un nuevo monarca de poder ilimitado.
Cosío Villegas advertía esto mismo en otro de sus clásicos, El sistema político mexicano (ed. Joaquín Mortiz), de 1972: “Dadas las amplísimas facultades, legales y extralegales del presidente de la República (…), apenas puede exagerarse si se afirma que el problema político más importante y urgente del México actual es contener y aun reducir en alguna forma ese poder excesivo”. La misma piedra, diría el refrán.
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