Toda refundación exige hablar con franqueza y expresar verdades incómodas. La verdad que debemos enfrentar es que México jamás ha sido gobernado por un binomio ciudadanía-partidos políticos que se autodenomine —y actúe— como tal.
Históricamente, el país ha sido gobernado por los ganadores de guerras civiles o elecciones, sin considerar al resto del mosaico sociopolítico. Unos gobiernan con sus programas e ideologías, mientras que los otros esperan su turno o la coyuntura.
Esta forma de gobierno ha llegado a su fin, como lo demuestra la regresión autoritaria que estamos viviendo en México. Los partidos con décadas de existencia—94, 83 o 34 años—, junto con el sistema democrático que crearon, hemos tenido dificultades para adaptarnos a las demandas de una población con una edad promedio de 29 años (INEGI, 2020).
En la segunda década del siglo XXI, el modelo surgido de la transición democrática se agotó —un modelo en el que los partidos fungían como los porteros en la entrada de los gobiernos y congresos— y no hemos logrado avanzar decididamente hacia una democracia basada en la inclusión y participación ciudadana.
Por esta razón, ahora tenemos un gobierno que replica la arbitrariedad de los caudillos del siglo XIX y que opera a través de un partido que representa crudas reminiscencias del corporativismo clientelar del siglo XX. Nos faltó audacia para construir el futuro, y por ello el pasado nos acecha.
Ante esta realidad, el Frente Amplio por México (FAM) se presenta como una audaz iniciativa de renovación democrática que aspira —rememorando el espíritu de mayo de 1968 en Francia— a llevar la pluralidad al poder. Este Frente representa un ejercicio de imaginación realista, donde la pluralidad finalmente tendrá un papel principal en el gobierno de México y los ciudadanos reclamarán el espacio que les corresponde: la dirección del país.
Esta propuesta no es una medida improvisada, sino la evolución natural de cualquier sociedad o país con fundamentos liberales. Lo hemos visto en Estados Unidos, Francia, Reino Unido y otros lugares. Comenzando con la fundación de la nación, luego la revolución social y la creación de instituciones, pasando por la democracia de partidos rígidos hasta llegar a la ciudadanización del sistema político.
El Frente representa el futuro de una sociedad multicultural e inclusiva, mientras que Morena encarna el último vestigio de una sociedad jerárquica, patrimonialista e intolerante. La razón y la historia están del lado del FAM: en general, las sociedades muestran una tendencia constante hacia una mayor pluralidad e inclusión. Las sociedades tienden a avanzar, no a retroceder.
Dentro del FAM, los partidos deben ser los facilitadores de esta democracia indispensable para el siglo XXI, uniendo la brega de eternidad de Manuel Gómez Morín, la mesura y sosiego de Jesús Reyes Heroles y la ingeniería cívica de Heberto Castillo, con las aspiraciones de la Generación X, la irreverencia de los Millennials y la innovación de la Generación Z. Es hora de aprender ese nuevo lenguaje.
Seamos optimistas y, sobre todo, realistas. Trabajemos para alcanzar lo que hasta hoy parecía imposible: llevar la ciudadanía y la pluralidad al poder, para tener un gobierno con sensibilidad social, carisma comunitario y capacidad ejecutiva; uno que represente el gran mosaico mexicano.
Víctor Hugo escribió que no hay nada más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado. Ha llegado el momento de que los ciudadanos sean dueños de su destino. ¡Manos a la obra!