La democracia no se crea ni se destruye en una elección. La democracia no es sólo el voto en las urnas, es una forma de vida y una forma de actuar en el ámbito público. Ahí está el reto que pareciera no poder superarse del todo en América Latina y, parcialmente, en Europa del Este y que hoy representa un enorme desafío para que naciones como la nuestra sigan siendo plurales, dispongan de pesos y contrapesos en el ejercicio del poder público y puedan emprender rutas de desarrollo duradero.

Desde hace décadas, distintas encuestas sobre valores cívicos reportaban de manera sistemática que en países como México la población había respaldado el experimento democrático en espera de mejores resultados concretos de gobierno, resultados económicos contantes y sonantes en sus bolsillos. El valor de la democracia por sí misma parecía ser algo muy secundario. Principios como la tolerancia, la pluralidad, la inclusión, la libertad eran apreciados, pero lo que sostenía el empuje democrático era la búsqueda de gobiernos que dieran mejores resultados materiales. La adopción en nuestro país de la democracia tuvo un nacimiento altamente utilitario y ciertamente lejano de las convicciones profundas de su población. Esa debilidad estructural de una democracia adoptada por conveniencia nos ha alcanzado plenamente en el 2024.

La construcción de una mayoría hegemónica que cruza todos los ejes sociales, de ingreso, geografía, edad y educación nos habla de que mientras las familias perciban que el gobierno les entrega beneficios directos, en realidad la democracia sale sobrando. Mientras la población perciba que el gobierno le está dando lo que quiere y que nadie le daría más, el estilo de gobernar, el uso y abuso de los canales de comunicación y la concentración del poder son cosas que de verdad carecen de interés.

Y los resultados que interesan a la inmensa mayoría de los electores son los puramente económicos y eso también se reportaba en las encuestas del inicio de la transición, así neciamente no los hayamos queridos leer. Resultados en transferencias económicas (de preferencia mediante apoyos en efectivo) y estabilidad macroeconómica básica (el tipo de cambio), son los que rigen todo. Si el gobierno reparte recursos y no genera “errores de diciembre” o crisis sexenales, lo demás sale sobrando.

Si el que reparte me cae bien, no importa que sea corrupto, la impunidad social es brindada sin chistar. Entonces, salvo que venga un ajuste macroeconómico severo o las finanzas públicas se compliquen tanto que los apoyos sociales empiecen a trastabillar, la mayoría guinda será imbatible en el terreno convencional, asumámoslo.

Así, pensando en el futuro, lo que sigue para quienes no comulgamos con el proyecto de país impulsado por Morena es una ruta complicada y que requerirá de mucho trabajo y convicción, pero que históricamente siempre ha triunfado. La democracia mexicana deberá buscar las vías pertinentes para que los valores democráticos permeen de verdad en todo el pueblo mexicano. Ciudadanizar la política es esencial para que la democracia sea una forma de vida que valga la pena cuidar y expandir, es eso o aceptar el fin del experimento plural.

La democracia no se crea ni se destruye en una elección, la democracia se crea o se destruye por los valores que de verdad guían la vida diaria de sus ciudadanos, ahí está la asignatura pendiente y la persistencia de la libertad.

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