Una democracia puede sostenerse en tanto mantenga las condiciones básicas que permitan que el poder cambie de manos.

El empuje hegemónico de Morena es un riesgo para la democracia mexicana porque abiertamente se propone llevarnos a un escenario donde el poder no cambie de manos en por lo menos una generación. Ganarlo todo, ocuparlo todo, reformar todo lo que pueda constituir una resistencia a su doctrina es mantener el esqueleto de una democracia, sin un alma ciudadana que le dé vida. Ahí estará la pantomima de una República, pero no existirá la capacidad real de desplazar a quien se ha instalado en el poder.

Lo más grave de esa ruta, es el hecho que la 4T encabeza gobiernos federales y estatales altamente doctrinarios, administraciones que aspiran a borrar la cultura de resultados medibles y rendición de cuentas creada durante el proceso de democratización.

Los gobiernos y las decisiones de gobierno, antes de que el partido guinda tomara el poder, se medían por sus resultados concretos y la respectiva evaluación experta y plural. Bajo Morena, las decisiones públicas no son evaluadas ni el gobierno permite que su actuación sea calificada por los datos objetivos. Una compra gubernamental de refinerías o plantas eléctricas no es buena o mala por el hecho de si deja, o no, dividendos a la sociedad, se le acepta y aplaude si se ajusta a la visión doctrinaria de quienes tienen el poder y punto.

Que la pobreza aumente ya no es malo en sí, ahora es cuestión de enfoques; mientras los programas que se implementen para repartir apoyos se ajusten a las ideas de quien en los hechos guía a Morena dichos programas son buenos y deben recibir el apoyo y paciencia de la agradecida sociedad. En seguridad pública lo importante es la soberanía simplona, lo que cuenta es “abrazar” como instruye la doctrina de una presidencia paramilitar, así las muertes se incrementen. En el gobierno federal actual, si te ajustas a la doctrina los resultados son lo de menos. Una decisión de gobierno se evalúa por su pureza dogmática, no por su calidad o pertinencia.

Por el contrario, cualquier denuncia o queja ciudadana acompañada de datos duros y realidades humanas innegables es un acto de deslealtad o sabotaje. Evaluar en serio es un acto sospechoso. Avanzamos hacia un gobierno en donde responder cuánto es 2+2 no es una operación matemática, sino una prueba de convicción doctrinaria, parafraseando a George Orwell.

Esa nueva supremacía de la doctrina sobre los resultados reales explica también el tipo de candidatos que la 4T presenta a la sociedad. Un candidato o candidata gana la postulación no por su trayectoria o resultados, sino por su apego a los dictados de su líder moral. “Los buenos soldados son los que siguen órdenes”, no los que ganan batallas o se hacen preguntas éticas, es la lógica de The Clone Wars siguiendo la ficción del Imperio Galáctico bajo las órdenes de Sheev Palpatine.

En este punto urge hacer una pregunta dura y franca a la ciudadanía, a toda: hasta dónde y hasta cuándo producto de la furia contra los excesos e insensibilidades de gobiernos pasados, vamos a permitir que se siga destruyendo cada espacio de pluralidad o crítica que será esencial para que el poder no sea monopolio eterno de unos cuantos.

Los ciudadanos tienen que salir a defender las condiciones democráticas con su voto, preguntándose a quién están eligiendo. La doctrina por encima de las soluciones sólo sirve al que aspira a perpetuarse en el poder sin rendir cuentas. Ante la sombra del dogma, la ciudadanía debe hacer brillar la luz del voto razonado.

Coahuila y Edomex en este 2023 son el lugar y el momento.

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