Para muchas naciones a lo largo de la historia, sus “hombres fuertes” han sido motivo de infortunio. Pareciera una regla general que éstos, a la larga, sucumban a la tentación del mesianismo, el autoritarismo o alguna expresión de perpetuación. No es un mal mexicano; el régimen presidencial con facultades metaconstitucionales contiene esa semilla.
El sistema presidencial, salvo tal vez la excepción norteamericana, ha probado una y otra vez sus limitaciones. De los 42 regímenes presidenciales hoy en el mundo, 18 —casi la mitad— están en Latinoamérica y el resto se concentran en África subsahariana y el sudeste asiático, con nombres no precisamente ligados a desarrollo o democracia.
En un mundo globalizado donde la innovación, la ciencia y la tecnología marcan las tendencias del desarrollo, pareciera que el régimen presidencial —con la salvedad norteamericana referida— propicia el conflicto político y social permanente, el estancamiento económico, el autoritarismo y el intento de la captura electoral de un país.
Por ello, en el México actual, el modelo de gobiernos de coalición se vuelve relevante para empezar a desechar lo peor del régimen presidencial e iniciar una transición gradual hacia otros arreglos institucionales más plurales y favorables para la prosperidad colectiva.
Así, los gobiernos de coalición son el primer paso para avanzar hacia una democracia verdaderamente incluyente, representativa y ciudadana; una incapaz de ser secuestrada por un líder “refundador” o una minoría política que —por el abuso del poder y sus estructuras— se convierta en una mayoría militante en las urnas.
En ese sentido, es una gran noticia que #VaPorMéxico haya formalizado una Comisión Tripartita entre PRI, PAN y PRD para la conformación de gobiernos de coalición. Lo es porque, además de consolidar una alianza electoral bajo una visión de gobiernos coaligados y plurales, los tres partidos consideran que la coalición más importante es con la ciudadanía.
Para que los proyectos electorales de la coalición funcionen y ofrezcan algo sustantivo y mejor, los partidos debemos fundirnos con los ciudadanos y la sociedad civil. Los espacios de gobierno y de formulación de política pública a los que una coalición da formalidad, deben abrirse a los ciudadanos y sus organizaciones.
Solo de la unión programática y operativa entre los partidos coaligados y la ciudadanía sin filiación, podrá emerger una nueva marca política que capture la emoción y el entusiasmo de la mayoría de los electores en 2024. Asimismo, dicha unión refuta las ideas de que “todos los partidos son lo mismo” y que “sólo ven por sus intereses”; ideas que alimentan un abstencionismo que, irónicamente, solo beneficia a quien ya controla las estructuras de poder.
Las coaliciones, si aspiran a ganar elecciones, deben dar paso a políticas públicas superiores, así como a nuevas y mejores formas de gobierno que no podrán ser solo coaliciones partidistas, sino amalgamas entre ciudadanos y partidos. Los primeros como rectores y los segundos como facilitadores. Porque como mencionó Barack Obama en su discurso de despedida en 2017, “a pesar de todas nuestras diferencias externas, todos compartimos (...) el cargo más importante en una democracia: el de ciudadano”.
#VaPorMéxico, además de representar una nueva marca política, está dando los pasos correctos para ser el vehículo que conduzca al país a la evolución democrática que demanda el siglo XXI.