Las votaciones del pasado 5 de junio nos dejan por lo menos dos lecciones incuestionables.

En primer lugar, ha quedado claro que hoy en el país existen únicamente dos fuerzas políticas viables con alcance nacional. Por un lado, la Alianza Va por México, ofreciendo un proyecto de Nación plural; por el otro, Morena, como un simple proyecto de poder. Ésa es la línea de batalla.

Aunque tiene una connotación política diferente en cada entidad federativa, en lo general la nueva marca política que atrae y convence a los electores se llama Alianza Va por México. Eso es obvio cuando el país debe decidir entre dos opciones: la instalación de un régimen autoritario y populista en su actuación cotidiana —uno que de manera pragmática mantiene una fachada electoral— o la defensa y construcción de una verdadera democracia que de forma sostenible y racional solucione los problemas nacionales.

Morena ha desplegado una estrategia de captura del país que resulta cuestionable en términos éticos y de política pública, pero muy lucrativa electoralmente: si la economía se estanca, si el crimen se expande, si los empleos se pierden, si las remesas crecen, si crece el miedo, Morena no se debilita, por el contrario, le resulta más fácil ejercer control sobre millones de mexicanos vulnerables.

Con amplios sectores llevados a la marginalidad, secuestrados en su economía familiar y en términos electorales, la opción política de la que disponemos es articular a todos los mexicanos que no son capturados por esa ecuación pragmática a través de una mayoría verdadera de Ciudadana Social efectiva. Ese es el potencial de la Alianza Va por México. Porque en nuestro país la competencia ideológica ya no es de izquierda o derecha, ni sistema o antisistema, sino democracia contra autoritarismo, libertad contra sumisión, lo anterior tiene todo el sentido. La Alianza va por México es la nueva identidad política de la libertad democrática.

La segunda lección que el 5 de junio nos deja es que para romper la Alianza Va por México, el partido en el poder ha decidido lanzar un asalto contra el PRI y su dirigencia. Los ataques contra su presidente nacional se encuadran en un intento de asegurar que Morena pueda desarticular al PRI y apropiarse de espacios y cuadros esenciales.

Nos enfrentamos a una inescrupulosa agresión institucional y mediática con cálculo electoral nacional cuya causa fue el voto del PRI en contra de una Reforma Eléctrica regresiva y su propósito es descarrilar a la Alianza Va por México.

Provocar una crisis en la dirigencia nacional del PRI está en el interés de quienes quieren fracturar la Alianza Va por México, porque saben que es la única fuerza política que puede detenerlos y, la que verdaderamente lograría vencerlos en las urnas. De hecho, ya estamos viendo con el mismo propósito ataques mediáticos similares en contra de los dirigentes de los otros partidos que integran la alianza para socavarlos desde su interior.

El próximo año habrá elecciones por las gubernaturas de Coahuila y el Estado de México. Por el significativo tamaño de las economías y demografías estatales involucradas ese será el ensayo general del escenario 2024. El PRI, el PAN y el PRD deben llegar a esa cita como integrantes robustecidos y funcionales de la nueva fuerza y marca política de México.

Lo que se está definiendo en estas semanas posteriores al 5 de junio es decidirse a fortalecer a la Alianza Va por México, o caer en el juego de una arremetida autoritaria que teme que su proyecto de captura del país sea frustrado.

Exgobernador de Yucatán