Cerremos el 2024 con la terquedad del optimismo que la democracia y la libertad inspiran. El futuro de México debe ser brillante y mejor que lo que vivimos hoy. A largo plazo, ya sea en 2027, 2030, mañana o dentro de una década, la fuerza de gravedad de la ineficiencia alcanzará al régimen que nos gobierna. Seamos francos: en un escenario normal, quienes hoy se aferran al poder ya deberían estar de salida. Los tres rubros que generalmente deciden el rumbo de un país y los resultados electorales en todo el mundo —economía, salud y seguridad— acumulan en México casi siete años de malos resultados.

La economía ha crecido menos que en gobiernos anteriores y el futuro se vislumbra aún más pobre; la salud es un fracaso rotundo; y en seguridad, aunque el número de homicidios pueda tener altibajos estadísticos, nunca el gobierno había perdido el control territorial de regiones enteras ni habíamos enfrentado narcoterrorismo en amplias zonas de la nación. Este gobierno se sostiene únicamente por clientelismo. Es un mal gobierno, pero hábil operador electoral administrando el resentimiento social y la repartición de apoyos de dinero en efectivo sin control, evaluación, auditoría ni futuro.

Por otra parte, una muy grave, el margen fiscal es cada vez más limitado, y en algún punto el estancamiento productivo llevará a un ajuste macroeconómico que podría implicar devaluación y/o recortes al gasto social. El cronómetro regresivo ya está en marcha.

Lo mismo sucederá con los empresarios, quienes deberán reencontrar su voz. ¿Qué les ocurrió a los organismos empresariales que antes fueron campeones de la rendición de cuentas, el acceso a la información y la regulación autónoma? De pronto todo se volvió silencio. Sin embargo, en algún punto, el intento de acomodarse al régimen demostrará lo estéril de ese esfuerzo o el elevado precio a pagar. Las realidades negativas derivadas del fin del estado de derecho y de la conducción irresponsable de la economía se acumularán, dejando claro que el río revuelto no traerá oportunidades aceptables ni para el más cínico.

Y, por supuesto, por encima de todo eso, están los jóvenes, quienes, pasada la época de recibir becas escolares, despertarán a la realidad de un gobierno que los quiere en la dependencia por el resto de sus vidas. Entonces surgirán las voces irreverentes que sí aspiran a algo, que sí sueñan. Las redes sociales y el ciberespacio acelerarán el proceso de desencanto en comparación con ciclos históricos previos; esta vez no será cuestión de décadas. Estoy seguro de ello.

En suma, las semillas que pondrán fin a este periodo de transición ya están sembradas, y las contradicciones dentro del grupo en el poder, que germinarán con ellas, ya empiezan a ser evidentes. El reto, entonces, es absolutamente positivo: tenemos poco tiempo para construir la alternativa que el país necesitará al final de esta catarsis populista. No necesitamos demoler un edificio que caerá por sí solo; debemos empezar a construir la nueva casa nacional hacia la cual los mexicanos puedan mirar una vez que la llamada 4T se haya devorado a sí misma.

Así, en este cierre de año y preparación para el nuevo ciclo, tomémonos unos días de receso para imaginar el futuro, para reflexionar sobre cómo deberá ser el restablecimiento de la democracia y la república. Que el 2025 nos encuentre trazando los planos de la Democracia Mexicana 2.0. Ese es nuestro destino. No lo dudemos.

Senador de la República

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