Morena ha decidido habitar en realidades alternas, donde los números se inventan y la verdad es lo que a su dirigencia y candidatos les venga en gana. Eso no es novedad ni merece un largo análisis, es la triste rutina del autoritarismo que George Orwell describió con toda precisión tanto en su fábula titulada “Rebelión en la Granja” como en su novela “1984”. Toda nación, rica o pobre, democrática o en vías de democratización es vulnerable a esas intentonas. Lo que es dramático -y tal vez original- es cómo la agenda guinda ha llevado a México a convertirse en el país del ajuste de cuentas y la venganza política y social. El país de la furia.

Morena ha alimentado una agenda de la aniquilación, la destrucción, la derrota irreversible, la condena ilimitada a “los otros”. A los que no están con ellos. Se trata de juzgar y sentenciar, de hacer todo lo posible para que nunca regresen, de clasificarlos de malos, de corruptos, de moralmente insalvables, de deshumanizarlos. Morena no siembra una agenda de felicidad colectiva, sino de cobro por agravios pasados reales o imaginados. Morena básicamente dice “ahora nos toca a nosotros” y les vamos a cobrar todas las facturas que hemos acumulado en la agenda de rencores alucinados y complejos coleccionados. Es hora de decir esa verdad con todas sus letras.

Morena siembra divisiones, corajes y cosecha aplausos en sus seguidores. En esta era política, la de las redes sociales, en la que se gobierna a través de los medios, desde la popularidad y los “likes”, dos sentimientos mandan: el coraje o la comedia. Morena mezcla todos los días esos dos sentimientos. El “like” ha transmutado en posibles votos, ya no escandaliza el cómo nos gobiernan ni qué es lo que realmente ocurra, y mientras más flagrante el abuso de autoridad y la propuesta de revancha, más audiencia. Morena no busca ni procura ciudadanos, está creando fans, seguidores, fieles conversos a sus desquites.

El gran problema es que ese no es México. El nuestro es un país alegre, diverso, cambiante, joven, uno en el que la uniformidad no va, la monotonía no queda, el sometimiento no cuaja. Este es un país de alegres revoltosos, en el que nos gusta cambiar de opinión y nos gusta decidir por nosotros mismos. Este, citando al poeta del lado oscuro del corazón, es un país en el que nos gusta defender la alegría, defenderla de los miserables, de las dulces infamias y los graves diagnósticos, de la retórica y los paros cardiacos, defenderla del óxido y la roña, de la fiebre y el delirio, de los proxenetas de la risa.

Entonces, yo me hago una pregunta fundamental, más allá de la economía, la salud, la inseguridad, y todos esos datos reales que Morena evade con un gesto y sin reparos. ¿De verdad queremos que nos sigan convirtiendo en el país del rencor, de la acusación, de las bromas macabras, de la infamia, del tremendismo, de una sola opinión, de los complejos y el oportunismo? Mi llamado es así de básico, este 2 de junio —si ya ningún dato objetivo mueve o conmueve— yo apelo a salir a defender la alegría. Que no sea culpa tuya, ni tampoco mía el que nos invada la monotonía. Salgamos a defender la alegría como un derecho, defendámosla, y vuelvo a la cita, de los ingenuos y de los canallas, defendámosla del azar.

Si el debate ya no es objetivo, si esto es de ponerse los colores sin reflexión, por lo menos asegurémonos que no gane la genuflexión. Coincido con Viktor Frankl en que la vida es principalmente la búsqueda de un significado, de un sentido. Busquemos entonces esa alegría contagiosa, dicharachera y contestataria que caracteriza a los mexicanos y votemos por la pluralidad, la que nos dice que somos muchos y diferentes, y precisamente por eso podemos hacer grandes cosas juntos.

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