Existen dos visiones para plantear la defensa de nuestra democracia. La primera es creer que lo único que pone en riesgo el desarrollo del país es el embate autoritario emprendido por Morena; y la segunda, que Morena y sus impulsos antidemocráticos son apenas el síntoma de una enfermedad mayor.

Bajo la primera, México está dividido —como nos quiere hacer creer el alto mando morenista— entre guindas y antiguindas. En este escenario, lo correcto es una alianza entre “nosotros” para detener a “ellos”. Una alianza que comparta no solo objetivos similares —un triunfo en 2024—, sino también un plan común para detener a un populismo que, como explica el politólogo Jan-Werner Müller (2018), tiene en su núcleo un antipluralismo que busca “a excluir a otros (...) de la más básica identidad política.”

Bajo la segunda óptica, lo que el país vive es algo que Morena y su líder no han creado, sino simplemente cosechado. Es decir: la democracia en México ya presentaba peligrosas contradicciones que han sido explotadas con perversidad por el grupo que, en 2018, capturó el país enemistando a los mexicanos. La democracia, si bien estaba dando resultados económicos y sociales, no los estaba produciendo con la velocidad o magnitudes esperadas por la población, lo que ocasionó un voto de castigo que llevó al poder a una ideología cuya propuesta principal es escarmentar y demoler instituciones.

Yo creo en la segunda. México es un mosaico mucho más amplio que la propaganda divisionista de la 4T. En ese escenario, la defensa de la democracia debe darse desde una coalición amplia de partidos con legitimidad ciudadana y soporte legal. Al respecto, Alejandro Moreno y los diputados federales del PRI han dado un paso al frente al anunciar una iniciativa que garantice la conformación de coaliciones electorales que den paso a coaliciones legislativas y gobiernos de coalición.

Porque solo una coalición de esa envergadura nos permitirá asumir plenamente que, si bien podemos diferir en ideología y propuestas de desarrollo, no dejamos de compartir un fin determinado: garantizar que México siga siendo una democracia y que ésta asegure un constante mejoramiento social.

En una alianza electoral lisa y llana, estaríamos uniformando a la diversidad y concediendo razón al discurso de que México se divide en dos. Por ello, abramos paso a las coaliciones amplias; solo estas dejarán constancia de que venimos de varios lados, creemos en cosas distintas, pero nos une el preservar y mejorar la democracia.

El autoritarismo desde —y dentro— de Morena es síntoma de una enfermedad mayor. Como muchas otras, es curable si se detecta a tiempo. Pero eso amerita prevención, apertura para aceptar un diagnóstico, y una acción rápida y calculada. La diferencia es que, en política, estos pasos son colectivos, no individuales. De ahí la necesaria construcción de proyectos que transciendan lógicas puramente electorales.

El país próspero que merecemos entiende que el mañana no es de los partidos, sino de la diversidad de 130 millones de mexicanos. Esa es la verdadera cura para nuestro mal democrático: coaliciones constructivas cuya fuerza radica en su capacidad de administrar democráticamente el disenso, y no alianzas opositoras cuya misma lógica no admite más que dos polos en choque perpetuo.

Reyes Heroles decía que “una mejor democracia exige (…) el mejoramiento interno del partido mayoritario y el mejoramiento de la oposición”. El diagnóstico para lo segundo ya existe. Falta aplicar el tratamiento.


Secretario de Acción Electoral del CEN del PRI


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