Analistas serios de la circunstancia mexicana han señalado, repetidamente, que los partidos políticos en la oposición hemos sido incapaces de construir una estrategia contundente para enfrentar a Morena. El gobierno, argumentan, ha fijado los tiempos y temas de la agenda política de forma constante.
Si la coalición contra Morena aspira a ser una fuerza electoral viable, debe cumplir varios requisitos. De inicio, planteo tres esenciales. Primero, los partidos integrantes de la coalición deben ser entidades internamente sólidas, para que cualquier acuerdo alcanzado sea formal y operable.
Segundo, debemos aceptar que una coalición amplia deberá tener una propuesta política concreta y sencilla. La mayoría que pueda derrotar a Morena será tan diversa que deberá concentrarse en los temas puntuales que nos unen, dejando el resto de lado.
Y tercero, hay que entender y asumir la rudeza primitiva con la que Morena opera, y utilizarla a nuestro favor. Joe Biden comenzó a ganar terreno frente a Donald Trump cuando empezó a llamar a las cosas por su nombre y se adelantó a las jugadas obvias.
A cada uno de estos puntos habrá que dedicar el respectivo análisis. Por ahora, concentrémonos en el primero.
¿Quiénes hablan por los que quieren un México plural, democrático, de libertades y no de simple obediencia? Para responder esta pregunta, PAN, PRI y PRD necesitan dirigencias sólidas que, con apego a sus normas estatutarias y reglas no escritas, tengan el control real de su organización. Lo mismo para cada órgano ciudadano que sea parte del esfuerzo.
Si ya no queremos bailar al ritmo que Morena quiere imponer, necesitamos iniciar el 2023 sabiendo qué perfiles se sentarán en la mesa para, desde ahora, tejer el 2024.
Los nombres y apellidos de quienes van a construir la que probablemente será la mayor coalición opositora en la historia del México moderno, deben estar definidos ya. Eso es lo mínimo para generar certeza.
Cada partido habrá tenido su ciclo de reflexión y reconfiguración de fuerzas, pero eso habrá de estar resuelto de inmediato. El proceso electoral efectivo, ese que puede brindar una oportunidad viable de victoria en 2024 y, por ende, de reconstrucción nacional post-Morena, arranca el primer día de 2023.
Escribo estas líneas desde la experiencia en el territorio, las batallas reales del partido y el esfuerzo electoral cuerpo a cuerpo; como alguien que ha vivido el trabajo legislativo local y federal, además de una gubernatura: es más productivo construir acuerdos con actores e instituciones estables y con garantía de permanencia, que con fuerzas políticas fragmentadas, tribales o en cambio constante o inminente.
El 2024 no dejará espacio para la neutralidad ni para la ingenuidad. Por ello, es imprescindible que las casas estén en orden. Cada integrante de la coalición tiene la obligación de tener dirigencias que puedan sentarse, desde hoy, a pactar una ruta de trabajo. Dirigencias cuya voz esté respaldada por la gobernabilidad interna en su organización y la capacidad para orientar a su militancia en todo el país. Solo así, el todo será más fuerte que la simple suma de sus partes.
El PRI ya concretó esta tarea: De cara al 24 en el tricolor existe la certeza de un liderazgo nacional inteligente, audaz y valiente, producto de una decisión respaldada por una indiscutible mayoría interna consciente del momento nacional. Lo que sigue es salir a tomar la iniciativa en la contienda política. Es eso o aceptar ser comparsa de Morens.
Secretario de Acción Electoral del CEN del PRI