Desde la firma del TLC, México inició una progresiva integración con los Estados Unidos, una que fue más allá de lo meramente económico, ya que favoreció la adopción de usos culturales y modas políticas.

La apertura comercial coincidió con la consolidación de la transición democrática de México, y nuestros partidos políticos fueron tropicalizando los aspectos más frívolos de la neurosis norteamericana presente en las contiendas electorales: la imagen personal perfecta, los lemas políticos probados en infinitos grupos de enfoque, y el diseño de la estrategia de campaña a manos de expertos del marketing aplicado a temas electorales. Hasta que llegó el 2018.

Hace más de cuatro años, un 1 de julio, la furia y catarsis de quienes sentían que el país había dejado de tomarlos en cuenta y era conducido en divorcio con la realidad, optó, sin mucha consideración, por Morena y su candidato. Triunfó la campaña más primitiva en términos de diseño de imagen y, probablemente, en el uso de herramientas modernas de estrategia electoral. El partido guinda se benefició inercialmente de un sentimiento social que ya estaba ahí; si acaso, lo único innovador de su desempeño fue el uso de granjas de bots en las redes sociales —arma digital que siguen utilizando hoy en día—.

A partir de entonces, Morena apostó por repetir ad nauseam un estilo que le es muy favorable: la campaña aparentemente más rudimentaria es la “auténtica” y la campaña sofisticada y bien producida es “más de lo mismo”.

Como alguien convencido de la necesidad de ciudadanizar la política, no puedo dejar de señalar que hoy Morena se beneficia de un estilo muy peculiar de hacer y dar imagen a sus campañas. La campaña “mal hecha” en sus eslóganes, producción y discurso —casi perezosa e infantil—, es la que se identifica con el pueblo. Mientras que las campañas mejor estructuradas y producidas, desde el punto de vista del marketing tradicional, suenan falsas, frívolas y recuerdan todo lo que las mayorías han rechazado. Morena ha impuesto una pegajosa moda primitiva para las campañas y pareciera que quienes militamos en partidos distintos nos resistimos a aceptar esa realidad.

No podemos ignorar que el 2018 representó un ajuste telúrico. No solo en el rumbo de la democracia mexicana, sino que también implicó un profundo cambio en las percepciones ciudadanas sobre cómo debe ser una campaña que convenza a los electores. No hagamos como si el 2018 no hubiera ocurrido y mantengamos las mismas tomas de cámara, las sonrisas perfectas, la misma musicalización y las “genialidades” que hoy probablemente siguen incitando el desencanto de millones.

Las campañas de Va por México tendrán que desarrollar fórmulas frescas para su presentación a la ciudadanía. Requerimos un estilo de comunicación que los ciudadanos puedan ver como la síntesis de lecciones aprendidas, pero también como un nuevo capítulo nacional que los puede beneficiar de formas concretas.

Las campañas no ocurren en el vacío. Al igual que la música, la pintura y el arte en general, evolucionan a la par de la sociedad. En México estamos ante un punto de inflexión, y concebir a la política como un arte requiere ponerse al día. Estamos viviendo un mundo nuevo, no pretendamos convocar la imaginación y el entusiasmo con estéticas ya sepultadas por la historia y el humor social vigentes.

Como ha quedado claro, lo más peligroso para una democracia mexicana bajo el asedio morenista, es una oposición poco imaginativa y autocomplaciente. Son tiempos de audacia.

Secretario de Acción Electoral del CEN del PRI

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS