En todo el planeta hemos visto a las masas molestas con el statu quo —es decir, el estado o situación de las cosas en un determinado momento—. Si hay un fantasma que recorre el mundo, es la ira de amplios sectores contra cualquier orden imperante. Sin ponderar resultados reales y objetivos, estas masas quieren cobrar facturas a quienes están al frente de los asuntos públicos e, incluso, a las instituciones mismas.
Si gobierna una opción de centro con visión global, el voto se alinea con la derecha nacionalista y excluyente; si gobierna la derecha tradicional, entonces el sufragio va a la izquierda woke e inquisitorial. Cuando la equidistancia política pierde atractivo, prevalecen el populismo y sus promesas de arrasar con lo existente. Por lo mismo, los partidos que ofrecen construir sobre lo positivo padecen días de furia. Esta ha sido la historia desde el Brexit, Trump, Duterte, Bolsonaro, Boric, Bukele, Meloni, y otros.
En México, Morena ha capitalizado esa urgencia de cambio presentándose como el gobierno vengador —aún en el cuarto año de mandato—, esquivando sus responsabilidades y condición de gobierno en funciones. En el discurso oficial pareciera que el gobierno llevase apenas un día de gestión y que la responsabilidad de todo fallo fuese de los “de antes”. Morena sigue manufacturando mayorías prometiendo arrasar con un pasado caricaturizado. No importan los malos resultados económicos, sociales o de seguridad pública hoy; su mayor punto de venta política es, y seguirá siendo, su promesa de aniquilar el statu quo pre-2018.
En ese marco —absurdo, pero mediáticamente eficaz—, los partidos tradicionales tenemos pocas oportunidades de triunfo, pues se nos pone al frente de los más agudos e irracionales impulsos de las masas. Votar por PAN, PRI o PRD resulta complicado, cuando a diario nos son colgadas las etiquetas del arreglo con el que millones están molestos.
Por lo mismo, México requiere con urgencia una coalición de ciudadanos y partidos que no pueda ser encasillada así, y que pueda mostrar a Morena tal y como es: el creador de un statu quo opaco, de resultados pobres, polarización, politización de todos los espacios de gobierno, y de una apuesta de control electoral autoritario.
En 2024 necesitaremos una opción electoral con un nuevo formato y marca; una a la que Morena no pueda acusar de todos los males de manera simplona. La base, sin duda, es la alianza Va por México entre PRI, PAN y PRD. No obstante, solo si ésta es acompañada por una gran coalición ciudadana —una nunca antes vista en la historia de México—, podremos desenmascarar a Morena y su proyecto concentrador que, paradójicamente, quiere regresar al país a lo peor del statu quo que generó la furia de las masas expresada en 2018.
Pensando en 2023 con sus grandes compromisos electorales en Coahuila y el Estado de México, y con la mira bien puesta en 2024, es nuestra obligación trabajar de inmediato en la construcción de una opción electoral renovada que pueda convocar con entusiasmo a los mejores espíritus de la ciudadanía mexicana.
Las denominaciones políticas tradicionales no serán suficientes en 2024, pero su sumatoria es esencial. Empecemos entonces a pensar en una nueva marca e identidad que combine lo mejor de los partidos coaligados y de la ciudadanía; una que canalice ese impulso de cambio hacia metas constructivas, lejos del revanchismo y la destrucción institucional. La ruta es clara: solo una coalición de ese calado abrirá paso a un futuro mejor. Un futuro post-Morena.
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Secretario de Acción Electoral del CEN del PRI