La tradición populista del liderazgo intenso y la moderna obsesión por las celebridades, se entrelazan como si hubieran sido pensadas la una para la otra. Eso es lo que ha dado tanta potencia política a los mensajes que diariamente salen de Palacio Nacional.
Por diseño o por azar, la mañanera, que empezó siendo un ejercicio para controlar las noticias, se ha convertido en la noticia. La realidad es presentada, interpretada y reescrita en prime time, en un acto que asemeja un reality show. El dilema es que la mitad de los mexicanos toman ese reality como su incuestionable referencia para interpretar la realidad, y la otra mitad como el punto de partida para sus críticas. El guion, en cualquier caso, siempre mantiene el control de la trama. Mientras no asumamos esa metarealidad (en referencia al metaverso), Morena seguirá siendo inmune a cualquier crítica sofisticada y profunda.
En el reality show de la 4T se señalan las tareas, se ponen retos, se juzga, califica, adjetiva y musicaliza; se dice quiénes son buenos y malos y, sobre todo, se reinterpretan los hechos políticos, económicos y sociales a conveniencia. Los errores se convierten en sabotaje; los expertos en voceros de los “machuchones”; los críticos independientes en “conservadores” a los que se deshumaniza. Estamos, pues, viendo en cada mañanera capítulos de El Aprendiz versión México. La dinámica comunicacional que permitió que en Estados Unidos una celebridad tuviera la plataforma para ganar la presidencia, está sirviendo en nuestro país para que la 4T materialice un plan transexenal.
La dinámica de las “corcholatas” refuerza el modelo de El Aprendiz. El líder tiene sus pupilos que compiten entre ellos para ser “contratados”. Incluso se da el lujo de jugar con otras “corcholatas” que no son de su partido, todo para mantener el nivel de entretenimiento, suspenso y, especialmente, ser él quien juegue el rol de máximo juez. No planteo esto como una curiosidad intelectual, sino como una realidad comunicacional que define muchas cosas en la arena política.
La dinámica de la autoridad convertida en celebridad e influencer político está dominando la narrativa social, no sólo en redes, sino en los niveles impresos y verbales. Hoy pareciera que no existe forma en que los partidos de oposición rompan ese cerco. Las marcas partidistas son permanentemente erosionadas y no constituyen una posibilidad real de celebridad democrática y alternativa para el país.
Una vez que se ha instalado en el escenario esta dinámica mediática desde el oficialismo, los partidos en la oposición únicamente pueden salir de esa encrucijada con la ayuda de candidatos con personalidades fuertes que pasen el tamiz de la ciudadanía y asuman la obligación de aliarse con esta. Solo si la sociedad civil arropa una alternativa y le da ese mínimo indispensable de volumen de audiencia, podrá surgir un fenómeno comunicacional que pueda disputar el futuro.
Ese volumen crítico desde el cual se pueda reorientar la narrativa nacional sí existe, lo vimos ya marchar y activarse en defensa del INE. Tal vez por ello la respuesta fue tan directa desde Palacio Nacional, ya que por primera vez la narración impulsada desde ahí mostró no ser hegemónica.
Ahí está la encrucijada para los partidos de oposición: construir una alianza ciudadana con voces que puedan construir una audiencia relevante, o bien, seguir atrapados en la política-de-los-políticos y aceptar el juicio de la voz que, como en El Aprendiz, les diga: “Están despedidos”.
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