La precariedad domina el mundo del trabajo. Los datos de Inegi muestran que creció la población ocupada y dentro de ella la participación laboral femenina, durante 2022, pero no hay manera de echar las campanas a vuelo.
Para contener el triunfalismo, basta fijarse en la “tasa de condiciones críticas de la ocupación”: 30%. Y también en la tasa de informalidad: 55%. O saber que la participación laboral de las mujeres es de las más bajas del mundo. Unos puntos o décimas más o menos, no cambian la realidad de la precariedad estructural.
Resalto el dato de Inegi sobre “condiciones críticas” que afecta a 17.6 millones de personas, a fines de 2022. Este indicador, “tasa de condiciones críticas de la ocupación (TCCO)” agrupa 3 conjuntos. Contabiliza una parte de los trabajos que producen pobreza.
El subconjunto de mayor magnitud, son quienes ganan hasta 1 salario mínimo. Son casi dos terceras partes del total del indicador: 11 millones de personas (64%).
El segundo subconjunto es poco más de un tercio del total del indicador, 6 millones de personas (35%), son quienes trabajan jornadas excesivas (más de 48 horas a la semana) y ganan hasta 2 veces el salario mínimo. Por tanto, 99% del indicador refleja bajos salarios.
Y el tercer subconjunto serían quienes trabajan menos de 35 horas “por razones de mercado”. Son apenas el 1% del total: menos de 180 mil personas. (Con datos ENOE 2022 - III).
Conviene visibilizar rostros e historias de quienes padecen la precariedad, pues “millones de personas” no es solo una cifra. No es una variable económica. Por eso es tan chocante hablar de “mercado laboral”. No son mercancías, son personas.
Trabajos del pasado y del futuro comparten precariedad: voceadores, vendedores en las esquinas y taxistas junto con repartidores de comida y choferes que usan apps. Todos trabajan por cuenta propia, sin seguridad social, sin ingreso fijo, sin prestaciones. Buscan opciones de “autoempleo” y son una parte de los trabajos “informales”.
Además, están los empleos siempre precarizados como las trabajadoras del hogar y las familias jornaleras agrícolas migrantes; los empleos con salarios ínfimos, que completan ingreso con propinas: como meseras y meseros, despachadores en gasolineras; y muchos empleos con salarios “superiores al mínimo”, pero que producen pobreza, como la mayoría de quienes trabajan en empresas de limpieza y de seguridad.
Son solo algunos ejemplos. La precariedad afecta a millones de personas, invade todas las ramas de la economía, predomina en micro y pequeñas, pero también suma millones de personas sin salario suficiente en grandes y medianas empresas. Resulta especialmente indignante ver su dimensión en empresas de alta rentabilidad como las tiendas departamentales, supermercados y bancos, que son fábricas de pobreza para quienes ganan menos de 8,600 al mes.
Qué bueno que creció la ocupación en 2022, pero más de la mitad de las personas carecen de derechos laborales, tres de cada diez trabajan en condiciones críticas.
Y no podemos olvidar que casi la mitad de quienes tienen trabajo formal registrado en el IMSS carecen de ingreso suficiente (45%). Y que en total son siete de cada diez sin ingreso suficiente (71%), como lo ha mostrado el Observatorio de Trabajo Digno, en reportes recientes.
Una sugerencia final al Inegi, al IMSS y Coneval: El indicador del ingreso laboral comparado con múltiplos del costo de la canasta básica sería muy útil. Es comparable en el tiempo (pasado y futuro) y puede ser más preciso que usar múltiplos de salarios mínimos o la UMA.
Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo
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