Vivimos una paradoja: 1.6 millones de jóvenes sin trabajo, totalmente disponibles y decenas o cientos de miles de vacantes sin cubrir en muchas partes del país. No hay una explicación simple. Es obvio que hay muchas variaciones entre regiones, así como entre ramas económicas y sus diversos requerimientos.
La carencia de cuadros especializados, sobre todo en “STEM” (acrónimo en inglés: Ciencias - Tecnología - Ingeniería - Matemáticas) es uno de los principales cuellos de botella para atraer mayores inversiones ante la coyuntura de oportunidad de la relocalización cercana de las cadenas de suministro a EU (nearshoring).
Pero el problema es mayor y anterior. También faltan personas para ocupar puestos de trabajo que no requieren cualificación universitaria. Falta también personal operativo en la industria, el comercio y los servicios. Esta situación tiene dos manifestaciones principales: vacantes que no se ocupan y alta rotación de personal.
Y ahí, es donde la paradoja aparece: ¿Cómo es posible que haya 1 millón 600 mil jóvenes sin trabajo y totalmente disponibles si existen miles de ofertas de trabajo sin cubrir?
La respuesta simplista (y muchas veces clasista y discriminatoria) es culpar a las y los jóvenes. “No quieren trabajar”, “son vagos”, “exigen mucho” “llegan y se van porque les asusta el trabajo pesado” y variantes similares. Ahora además se suma un estigma más: “prefieren dinero gratis del gobierno”.
Achacar la responsabilidad a las personas jóvenes muestra ignorancia respecto a la realidad del sistema laboral. Un gran experto en el mercado laboral en México, David Kaplan, especialista del BID en nuestro país hasta hace poco, explicaba bien que el problema viene de los bajos salarios que se ofrecen para cubrir las vacantes.
Dice Kaplan: “El monopsonio se produce cuando hay muchas personas buscando trabajo y pocas que son empleadoras, y se pueden dar el lujo de ofrecer un salario menor al que deberían ofrecer si hubiera más competencia por los trabajadores”. El “monopsonio” es menos conocido que el “monopolio” pero es también una falla de mercado, por concentración de poder.
Urge romper el poder de monopsonio, lo que podría ya estar sucediendo, aunque aún en pequeña escala. Son casos aislados, pero cada vez más frecuentes: empresas que pagan “lo que sea necesario” para conseguir personal. Hay casos que pagan salarios mucho más altos, o incluso reclutan personal en estados del sur para trasladarlo al norte y centro del país. Ofrecen transporte, vivienda. Aunque son pocos casos, es un indicio.
No hay manera de aprovechar todas las oportunidades de la “relocalización cercana” (nearshoring) si no se invierte en la cualificación y desarrollo de la fuerza productiva. Pero tampoco si se quiere continuar con la política de bajos salarios como fuente de competitividad.
Las ventajas comparativas de México son la geografía, el TMEC y la integración económica ya lograda con EU y Canadá, que puede mejorar. Los bajos salarios no son ventaja, son una debilidad, similar y correlativa a la escasez de mano de obra calificada para los diversos perfiles de puestos (STEM u operativos).
Hay millones de jóvenes que truncaron su educación media superior y podrían cubrir cientos de miles de vacantes en puestos operativos. Se requieren dos medidas: ofrecer condiciones laborales que cumplan con el derecho humano al trabajo, empezando por remuneración suficiente para no vivir en pobreza. Y también se requiere invertir en cualificar su empleabilidad.
La experiencia de decenas de organizaciones especializadas en juventud con programas de “Formación integral para el trabajo - FIT” debe ser considerada como parte de la estrategia de crecimiento incluyente.
Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo