En Navidad comentaba la novedad de Jesús al sacar la religión del templo y ponerla en la relación entre las personas y en su dignificación. (https://bit.ly/3O9Tsfz). La Semana Santa es ocasión para retomar el tema, ahora enfocando el símbolo más importante de la novedad de Jesús: la fracción del pan. Esa práctica quedó establecida en la llamada “última cena”.
Decía que la novedad de Jesús consiste en romper y superar los rituales religiosos, especialmente los sacrificios rituales. Jesús se aleja de esa visión: “El sábado se hizo para las personas y no las personas para el sábado”. Y confronta los ritos vacíos que servían para excluir y discriminar.
Con palabras muy duras desenmascara a profesionales religiosos que “cuelan el mosquito y se tragan el camello”. A quienes con “largas oraciones despojan de su patrimonio a las viudas”. Los equipara con “sepulcros blanqueados”. La dureza del lenguaje denota el nivel de la confrontación con ese tipo de religión (Mt. 23, 1-28; Lc 20, 45-47). La gota que derramó el vaso de ese conflicto fue “la expulsión de los mercaderes del templo”.
La confrontación produjo el desenlace que le causó la muerte. Pero antes, Jesús estableció una forma de seguir presente. La “fracción del pan” como lo hizo Jesús en “la última cena”, celebrando la cena pascual que rememoraba la salida de Egipto, no es un ritual de sacrificio o mágico. Es la forma simbólica para actualizar su presencia liberadora: para hacer presente su cuerpo. (¡Ojo! No es sólo su espíritu, ni mucho menos “su alma”, es su cuerpo, el que “tocaba” a las personas y las levantaba...)
El símbolo del reparto del pan tenía un sentido muy claro para sus discípulos. Revivía el momento que Jesús organizó a miles de personas para que no murieran de hambre por escuchar la “buena noticia” (Mc 6, 34-44). Hace memoria del día en que el pan se multiplicó y a nadie le faltó. Los textos usan exactamente las mismas palabras: “tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los compartió ...”
No es casualidad, que la primera acción de la comunidad de seguidores de Jesús, después de su muerte y resurrección, fue “poner sus bienes en común”. Dice Lucas en el libro de los Hechos que quienes se unían a la comunidad acudían a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y las oraciones. Vivían unidos y compartían todo cuanto tenían. Vendían sus bienes y propiedades y se repartían de acuerdo a lo que cada uno necesitaba. Con un mismo espíritu compartían el pan en sus casas, comiendo con alegría y sencillez (Hch 2. 41-47).
La misa que hoy conocemos ha cambiado mucho. En especial, los rituales de semana santa tienen una carga sacrificial muy grande. La liturgia construida durante siglos por la Iglesia desafortunadamente adoptó muchas prácticas religiosas rituales.
Pero sin perderse en la historia, la novedad de Jesús sigue presente en la “cena”: cada vez que comes de este pan, participas de la “comunión” que crea comunidad. “Comulgas” con Jesús y con su práctica de compartir y dignificar.
No es contradictorio que el evangelio de Juan, escrito posteriormente, sustituya la narración del reparto del pan durante la cena por otro símbolo con el mismo sentido: Jesús lava los pies como si fuera sirviente, (Jn 13, 1-17) y establece como “nuevo mandamiento”: “que se amen unos a otros, como yo los he amado” (Jn 13, 34-35).
“Como yo les he amado” indica que el criterio de este amor es la práctica de Jesús: poner al centro a las personas, su necesidad vital, su dignidad y por ende, construir una comunidad que comparte.
Vivir una economía de compartir en este mundo de acumulación y consumo parece imposible. Quizá lo sea, pero buscar cómo se puede acercar ese ideal y que nadie muera de hambre, es la tarea de quienes siguen a Jesús. Esa es la memoria del “jueves santo”.
Consultor internacional en programas sociales y analista de temas religiosos.