México es un país de jóvenes. El “bono demográfico” está en su momento más alto. 31 millones, la cuarta parte de la población, son jóvenes entre 15 y 29 años.

La juventud es una etapa crucial. En la adolescencia, el cerebro desarrolla conexiones neurológicas que permitirán enfrentar los retos de la vida adulta. El autocontrol de las emociones, la medición del riesgo, la relación sana con las demás personas, entre otros “funcionamientos”, se desarrollan en esta etapa. Después de la primera infancia (0-3 años), la juventud representa el segundo momento más importante para la vida de cada persona.

La juventud es también la etapa de las grandes transiciones que definen la vida. Es la etapa donde la mayoría inicia la vida sexual, culmina el ciclo educativo, empieza la vida laboral, se prueban “sustancias” (alcohol, tabaco o drogas ilegales) y se busca la emancipación del hogar de origen.

La percepción adulta sobre la juventud oscila entre dos extremos: la juventud como “divino tesoro” o como amenaza. Las miradas parten de dos estereotipos: jóvenes “superdotados” en talento, deporte, belleza, innovación, liderazgo; o jóvenes vagos, irresponsables y hasta peligrosos: carne de cañón del crimen organizado. Por ningún motivo esta simplificación refleja la diversidad de las juventudes.

No hay que identificar la juventud con futuro. Nada más errado que posponer la urgencia de crear entornos adecuados donde cada joven desarrolle todo su potencial y logre sus transiciones. Esos entornos también deben ofrecer “segundas oportunidades” para evitar que errores y decisiones poco atinadas -que todos hemos cometido- les cierren para siempre la oportunidad de construir un proyecto de vida de logros y felicidad.

Desde la política pública, invertir en la juventud tiene dos grandes prioridades: educación y trabajo. Desde esos dos pilares se sientan las bases para una política integral que fomente una vida sana, tener vivienda digna, ejercer ciudadanía activa, construir familias basadas en confianza y empatía.

En México, tres contextos adversos afectan el desarrollo de las y los jóvenes: la pobreza, la deficiente calidad educativa y el sistema laboral donde predomina la precariedad.

Quienes viven esos contextos adversos acumulan desventajas desde la cuna: desnutrición crónica en la primera infancia; aprendizaje educativo deficiente en la niñez; deserción escolar sin concluir el bachillerato en la adolescencia; imposición del trabajo de cuidado del hogar sobre las mujeres.

A esas desventajas más generalizadas se suman muchas otras, como el origen étnico, los ambientes de violencia, las discapacidades y limitaciones físicas, entre otras. En su conjunto, las desventajas crean barreras estructurales para la inclusión económica.

Hay 16.4 millones de jóvenes que requieren acciones efectivas. Carecen de trabajo en condiciones dignas, tienen rezago educativo o viven en pobreza. Para superar los etiquetas discriminatorias, les llamamos jóvenes oportunidad. Son personas con mucho potencial, aunque provengan de contextos adversos y acumulen desventajas. Cuando se les ofrecen opciones adecuadas para su inclusión educativa y laboral inician un proceso de movilidad social y aportan a sí mismas, sus familias, sus comunidades y al país.

En el mes de la juventud, desde organizaciones civiles, impulsamos acciones por la inclusión económica de jóvenes oportunidad. Mira este video de 2 minutos: y conoce más datos y propuestas en y . Desde ya, hay que confiar en la juventud.

Consultor internacional en programas sociales.

@rghermosillo

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.