El triunfo de Trump presagia malos augurios para México, no se pueden minimizar. Somos el fusible más accesible, valioso y de bajo costo, ante todo tipo de necesidades políticas internas, totalmente ajenas a nosotros y a la realidad. Ante ello, la respuesta lógica es unirnos.
Pero la unidad va más allá de buenos deseos y poses patrioteras. Envolverse en la bandera y proclamar “mas si osare un extraño enemigo”, es muy afin a la narrativa actual, pero resulta efímero y poco útil. Se requieren factores profundos de cohesión. El discurso político se desgasta si la economía se descompone y el deterioro social se agudiza. Y eso es exactamente lo que puede suceder.
La experiencia de la Unión Europea resulta relevante para extraer alguna lección para este momento en nuestro país. La unión de Europa surge pese a una historia interminable de guerras y rivalidades por siglos. Se construyó con base en tendencias profundas de unidad: la defensa común frente a la amenaza soviética, la conciencia mayoritaria que quería evitar el regreso del totalitarismo mediante la adhesión a la democracia liberal y el estado de derecho y la necesidad de generar cohesión social con la construcción de estados de bienestar, basados en derechos.
La cohesión que sustenta a la Unión Europea considera tres dimensiones: económica, social y territorial. Tiene como propósito la superación de desigualdades entre territorios y entre las personas, a partir de un piso garantizado de derechos sociales mediante el impulso al crecimiento económico.
La política de cohesión cuenta con grandes fondos en el presupuesto común de la Unión Europea: El Fondo Social que combate el desempleo y fomenta la integración social a través del acceso al trabajo. El Fondo de Desarrollo Regional que financia inversiones para corregir desequilibrios regionales. El Fondo de Cohesión para medidas ambientales y de transporte intereuropeo. Y el Fondo de Transición Justa (para reducir emisiones de CO2).
La política de cohesión social cuenta con un “tablero de indicadores” que transparentan su finalidad y objetivos. Los indicadores de Laeken monitorean la exclusión y la desigualdad: la población con bajo ingreso (pobreza) y la distribución del ingreso; el desempleo; la deserción escolar y el bajo desempeño educativo; la esperanza de vida; la brecha de empleo de migrantes.
En América Latina la cohesión social y su medición han incorporado además de los anteriores, indicadores de participación ciudadana, institucionalidad democrática, seguridad ciudadana y valores de convivencia social. Esto es más que relevante en el contexto mexicano.
Es lugar común decir que la crisis abre oportunidades. En este caso, es válido: la amenaza de Trump abre la oportunidad de unirnos pero en serio, con cohesión social, con acuerdos para reducir y superar las desigualdades estructurales.
Requiere altura de miras y superar la polarización inducida. La correlación de fuerzas en el Congreso no va a cambiar en 3 años (o más), entonces bien vale la pena pausar, dialogar y concertar con la sociedad, en sus múltiples expresiones organizadas, incluyendo el sector empresarial, pero también el resto de actores. Ni siquiera se requiere la interlocución con la oposición política. Al final, la mayoría que hoy gobierna tomará las decisiones con sus votaciones. No pierden nada y pueden ganar mucho si abren espacios de diálogo social diversificado y amplio.
Con el propósito explícito de reducir la desigualdad, se pueden lograr acuerdos sobre reforma fiscal progresiva, incremento salarial y reducción de la pobreza, sistema universal de salud, sistema de cuidados, crecimiento económico inclusivo y muchas medidas progresistas más. Y por si fuera poco, se puede resistir a los embates del trumpismo.
Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo