Al término de las cotidianas reuniones del Gabinete de Seguridad y antes de las mañaneras, es frecuente que el presidente López Obrador camine por los pasillos de Palacio Nacional acompañado, en discreto coloquio, por el general Audomaro Martínez Zapata, a quien conoce desde hace casi 40 años y que se desempeña como director general del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Martínez Zapata comparte con el mandatario información que solo ambos conocen. Lo que sí son públicas son las extendidas reservas sobre la calidad y eficacia de la información que se le entrega por esta vía al Presidente, según fuentes consultadas en el gobierno federal y en la comunidad de inteligencia tanto civil como militar, dentro y fuera del país.
Los señalamientos bordan sobre la falta de experiencia del titular del CNI, las limitaciones del equipo a su cargo, heredado del viejo CISEN; su cada vez más pública distancia con el secretario de Seguridad, Alfonso Durazo; su limitada colaboración con otros órganos de inteligencia, en particular los militares, y en general, la ineficacia de la nueva entidad.
Tal ineficacia, se argumenta, ha quedado de manifiesto en operativos fallidos por parte de la autoridad, como el llamado “Culiacanazo”, que atrajo humillación sobre el Ejército y la Fiscalía General de la República ante la fracasada detención de Ovidio Guzmán, un narcotraficante menor pero emblemático por ser hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán. La falta de coordinación pero también de un trabajo de calidad del CNI provocaron confusión y contradicciones en el propio López Obrador.
Lo mismo ha estado ocurriendo con el caso de la masacre contra integrantes de la familia LeBarón, en los límites entre Sonora y Chihuahua. Y más recientemente, con otro operativo malogrado, en Guanajuato, para arrestar a José Antonio “El Marro” Yépez Ortiz. Una acción igualmente precipitada del Ejército, carente de las capacidades que por varios años desarrolló en la zona la Marina, que ha sido replegada por motivos desconocidos.
No se tiene registro oficial de que los antecesores de López Obrador hayan tenido contacto personal, diariamente, con el titular del área de inteligencia, en particular con el director del CNI, que sustituyó al Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), fundado en 1989 (bajo Carlos Salinas de Gortari y Fernando Gutiérrez Barrios), si bien este tipo de entidad tiene antecedentes tan remotos como 1918, con Venustiano Carranza.
Durante toda la historia, los insumos de inteligencia generados por el CISEN y sus antecesores fueron sometidos a los oídos sensibles de colaboradores presidenciales de alto nivel, en particular el secretario de Gobernación en turno. Ello permitía validar esos reportes y dotarlos del contexto que la alta política aportaba, antes de ser entregados al Presidente. En contraparte, ello generaba un encapsulamiento del gobernante, que solo se enteraba de lo que su equipo quería. Un tercer aspecto, importante, es que en naciones de todo el mundo se evita que el Presidente sea llevado a juicio al demostrarse que estuvo enterado de información de inteligencia o acciones que podían ser causa de procesos penales, nacionales o internacionales.
Estrechos han de haber sido los lazos y motivos iniciales que unieron a López Obrador y al general Martínez en encuentros iniciales, en el ya lejano 1980, pues la relación ha perdurado por décadas, y ahora el segundo está a cargo, al menos formalmente, de que el presidente de la República conozca de primera mano la información más sensible, la que puede ayudar a conducir con más tino su desempeño; la que puede convulsionar a una nación.
Por ello conforman una escena quizá inédita en la etapa moderna de México esas caminatas en Palacio Nacional. Igual de singular es la propia relación entre el Presidente y este militar al que conoció como un discreto mayor de caballería que trabajaba en la Ciudad de México pero al que se le acababa de cumplir la petición de prestar servicio en Tabasco, donde nació en el poblado de Cunduacán el 19 de noviembre de 1948, por lo que acaba de cumplir 71 años.
En ese 1980, López Obrador aún no cumplía los 30 años de edad, se desempeñaba como delegado del INI-Coplamar, por designación del titular nacional, Ignacio Ovalle, con quien el ahora mandatario había sido recomendado por su amigo y benefactor, el poeta Carlos Pellicer.
Mucha agua ha cruzado bajo ese puente desde entonces. Pero pasará menos tiempo antes de que se acumulen más evidencias de que el país tiene prendido un foco de alerta en su sistema de inteligencia.
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