En el breve plazo de unas cuantas semanas, los dos medios internacionales de referencia para temas económicos, The Wall Street Journal y The Economist, han dado cabida a señalamientos particularmente duros hacia el gobierno López Obrador.
Es difícil imaginar a cualquier inversionista global, moderno, que en alguna parte del mundo no se acerque a esas publicaciones para complementar la estrategia sobre sus negocios. Es probable que este inversionista hipotético, interesado en México, tenga otras fuentes de datos y se fije en indicadores más concretos. Pero sería una ingenuidad suponer que estas publicaciones no atraen daño a México.
“País de un solo hombre”… “una Cuarta Transformación que no ha cambiado nada”… “Frente a los graves problemas de México, López Obrador monta un circo”…., son algunas de las frases que se desprenden, cada vez con mayor frecuencia, desde las páginas de diarios y revistas especializados.
Nadie puede tener una comprensión medianamente completa sobre la capital financiera del planeta, que es Nueva York, sin revisar cotidianamente el Journal, cuyo gran tiraje aun en los tiempos de periódicos alicaídos se debe a que ofrece un compendio monumental sobre un gran número de variables económicas, por lo que resulta de obligada consulta lo mismo para un banquero de la 5ª Avenida que para un granjero en el medio oeste norteamericano, o un petrolero en las planicies texanas.
Lo mismo puede decirse del semanario The Economist, una publicación nacida hace casi 180 años, con una rigurosa mirada sobre la economía, el comercio y las relaciones internacionales. Su consejo editorial, designado por los propios periodistas participantes, seguramente se sentiría honrado de ser llamado liberal, incluso neoliberal. Pero quienes saben de su importancia no dudan en entender que The Economist conversa con el mundo global desde un podio construido en Londres a base de calidad y gran reputación.
Durante la administración de Vicente Fox (2000-2006), la publicación londinense sostuvo una dura visión sobre el llamado gobierno de la alternancia. Una tarde, exasperada por las críticas, Marta Sahagún tomó su red privada en la entonces residencia presidencial de Los Pinos para ordenar en su calidad de vocera:
“Comunícame con el dueño de The Economist”, según dijo a este espacio un testigo directo del incidente. Se trataba desde luego de una comprensión provinciana del problema, que trascendió hasta despertar carcajadas en Londres. Este tipo de publicaciones cotiza en bolsa, y en este caso particular más del 50% de sus acciones pertenecen a miles de pequeños inversionistas. Ningún presidente, no desde luego uno mexicano, puede presionar la línea periodística de estas casas editoriales.
Tras la aseveración de una columna en el Journal en la última semana de febrero, en la que se planteaba que López Obrador concentra en sus solas manos el manejo de la política nacional, el tabasqueño jugó durante su “mañanera” a darse por ofendido. “Gobierno de un solo hombre, el de Porfirio Díaz o Santa Ana… eso sí calienta”, dijo, arrojando claves que en el extranjero deben haberse entendido igualmente aldeanas.
Es probable que en las próximas horas o días el presidente le revire a The Economist, que en su actual edición habla del montaje de un teatro frente a problemas como el estancamiento económico y la violencia, que ya está elevando el agua, dice, hasta los pies del mandatario.
Más allá del discurso por el que se opte, Palacio Nacional debe tomar nota de que los clichés usados para la prensa nacional no han sido útiles ni siquiera en ese caso, mucho menos para las publicaciones con peso internacional. Y que el tiempo parece imponer una cuenta regresiva sobre la medida en que el mundo esté tomando en serio al gobierno.
APUNTES
A unas horas de que el presidente López Obrador se mostrara nuevamente irritado por la ineficacia en los sistemas de entrega de ayudas sociales, ayer se cayó de su cargo el coordinador de “Sembrando vida”, una iniciativa que ha querido ser incluso exportada a Centroamérica. Pero Javier May se fue dando un portazo en contra de la titular de Bienestar, María Luisa Albores, sobre la cual se han ido acumulando señales de incompetencia.
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